Si queréis escuchar lo que se habló en el debate que sostuvimos en "La gran evasión" acerca de "Página en blanco", de Stanley Donen, podéis hacerlo pinchando aquí.
Permanecer neutral
cuando el mundo se derrumba es muy difícil. No hay nada más cómodo que tomar un
suculento desayuno mañanero en un país no comprometido con los conflictos
bélicos y leer tranquilamente el periódico con las noticias de una guerra
cruenta que se está librando en Europa. Mientras los negocios vayan bien y se
puedan firmar contratos con unos y con otros, todo estará en su sitio. Sin
embargo, hay un pequeño detalle. Mantener tratos con unos y con otros le pone a
uno en una situación inmejorable para ser reclutado por algún servicio secreto
de aviesos métodos. A menudo, hace falta un empujón para salir de esa irritante
neutralidad. Al principio, el empujón molesta. Nadie tiene que obligarte a
hacer nada y menos aún a caminar por el sendero de la traición. Llega a ser
realmente odioso porque, para que la infiltración sea completa, tienes que
comportarte como uno de aquellos a los que vas a espiar. Y una de esas
obligaciones consiste en dejar de hablar a un íntimo amigo que es judío. En el
fondo, es una coartada perfecta. Si ignoras a una de las personas más cercanas
de tu vida porque un hecho racial, entonces es que estás más cerca de los nazis
que de los Aliados. Y entonces comienzan los viajes, los contactos, los
convencimientos no demasiado éticos, los nerviosismos y, por supuesto, el
peligro. Sabes que espiar a los nazis no es ninguna ganga. Esos tipos no se
andan con tonterías y si te pillan con las manos en la masa, te va a resultar
muy difícil explicar por qué estabas en el lugar equivocado en el momento menos
adecuado.
Hay algo más. Esa
obligación que te han impuesto puede conducirte a la verdad. Entre tus idas y
venidas, tus chivatazos de información falsa y tus ladinos acercamientos a
hombres de negocios que te pueden resultar útiles, te das cuenta de que los
nazis merecen ser derrotados y que tienes la obligación, esta vez moral, de
hacer algo al respecto. Eres testigo de sus métodos brutales, carentes de
piedad, asesinos con apariencia legal, pisoteadores de los derechos humanos sin
ningún remordimiento de conciencia. Ahora ya estás convencido. Debes espiar.
Debes hacerlo bien. Y el enemigo no es quien te obligó a hacer este trabajo. Es
el otro bando.
Por el camino, tendrás
que utilizar el chantaje como arma habitual, algo sucio y, no obstante, muy
necesario. También trabarás amistad con alguien que marcará tu vida para
siempre. Habrá momentos en los que estarás al mismo borde del infierno y el
plan de fuga siempre será un delgado hilo que te ata a la esperanza. Ahora se
hace por convicción. Y todo el mundo sabe que un espía que actúa por convicción
es aún más peligroso.
Fantástico William
Holden en el papel principal de esta película de formas notables y tensiones
maestras. Él solo lleva la película sin ninguna vacilación, sabiendo perfectamente
qué es lo que tiene que hacer para convencernos a nosotros de ese estado de
ambigüedad moral que pasa a ser, a base de sangre y horror, la certeza de quien
tiene toda la razón. La película está bien llevada, con instantes de verdadero
cine y articulando una historia de espías algo diferente y absolutamente
realista. Ha caído en el olvido y no lo merece. Mandato obligado es volver a
verla y darse cuenta de que, sí, mantenerse neutral es muy difícil, pero que,
más tarde o más temprano, hay que tomar partido.
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