martes, 2 de abril de 2019

EL PADRINO III (1990), de Francis Ford Coppola

El grito mudo de un alma haciéndose trizas a los pies de una escalera de sangre y rencor. El ruido ensordecedor de un silencio que estremece porque supura dolor. La certeza de que el destino se ha cumplido para Michael Corleone y que ha tenido que pagar por todos los pecados que ha cometido durante su vida. Han pasado los años y ya no es el mismo, no posee ese instinto implacable que le ha hecho ordenar matanzas, instaurar nuevos órdenes o ajustar las peores cuentas. Michael es presa de los días y del remordimiento que comienza a atenazar su conciencia para torturarle siempre. Siempre y nunca, porque, al fin y al cabo, Michael Corleone sólo pensó en el bien de la familia, aunque tuviera que tomar decisiones que le conducían directamente hasta el infierno.
Michael intenta encajar las piezas sueltas de una existencia que ha nadado en la opulencia y en el poder, pero que nunca fue feliz. Sangre llama a sangre, como dicen los sicilianos y el patriarca de la familia Corleone ha seguido ese mandamiento derramando, incluso, la que más cerca se hallaba de él. Está lejos de esa ética de la supervivencia que poseía su padre y, por supuesto, de ese impulso violento e incontenible que caracterizaba a Santino. Él ha tenido que cargar con todo para que la familia fuera hacia adelante y, cuando parece que todo comienza a estar en su sitio, las circunstancias y los personajes que se mueven alrededor de sus intereses le involucran hasta lo más profundo. La ópera será el escenario en donde Michael dejará su corazón, con asesinos tratando de concluir la conspiración, con sicarios enviados para acabar con todos los que han urdido la compleja red de avaricias y ambiciones que se ha tejido a su alrededor, con la mala fortuna de una hija que exige explicaciones sin saber que su padre no suele dar ninguna. Michael grita y no se le oye. Muere y nadie llora por él. Se quiebra su alma y no habrá ángel que la recoja…

En el fondo, Roma y el Vaticano, el poder financiero y la certeza de un futuro tan sofisticadamente corrompido que no cambiará mucho lo anterior. Francis Ford Coppola puso fin al periplo de Michael Corleone y lo hizo con una película que es muy buena, pero que dista mucho de la sublimidad que inundaba las dos anteriores partes. La negativa de Robert Duvall exigiéndole una cantidad desorbitada de dinero para volver a interpretar a Tom Hagen, el error garrafal de introducir a su hija, Sofía, para desempeñar un papel que dramáticamente exige a una actriz que aguante los primeros planos, la excesiva, por inusual, secuencia del ataque en helicóptero son factores que devalúan lo que pudo haber sido, y aún así, Coppola consigue servirnos un nuevo plato de venganza y crimen organizado y volvemos a degustarlo con grandes picos de sabor en su recta final. Tal vez, de algún modo, él sabía que la tragedia de Michael Corleone era algo que tenía que contarse a través de la más terrible de las soledades y el más desgarrador de los dolores, a través de un grito mudo y de un silencio de muerte.

2 comentarios:

dexterzgz dijo...

Pues es verdad que la película no llega a la altura de las dos anteriores, pero aún así sigue siendo buenísima. Y además es coherente que después del ascenso y la caída de Michael Corleone venga la redención. Quizá mucha gente entienda que "El padrino" es antes la película de Marlon Brando o Robert De Niro que la de Pacino, pero la saga es claramente la historia de Michael. A través del personaje de Michael asistimos a la verdadera tragedia de un hombre al que se le obliga a elegir su destino. Al principio de la serie, le vemos aparecer en la boda de su hermana lleno de medallas (o sea como un servidor de la ley) que no quiere implicarse en los temas de la familia. Pero el destino hace de las suyas y el atentado contra su padre (¿Hamlet?) decide tomar cartas en el asunto y pasarse al otro lado de la ley.

En la segunda parte, Michael se convierte en una mala bestia, en la tercera intenta comprar su perdón. Pero no todo tiene un precio. Recuerdo que en su día se especuló con una cuarta parte con Andy García. Y eso sí que hubiese sido un despropósito.

Cierto es que lo de Mari Sofi es un gatillazo y que la aparición del personaje de Tom Hagen hubiese dado más juego en la trama vaticana. El caso es que de considerar que está película está algún peldaño por debajo de las anteriores a tacharla de directamente mala va un abismo. Es un digno final y la secuencia de la ópera es puro Coppola. También he leído que Augusto M. Torres dice que es la mejor de la saga, pero eso ya es pasarse de postureo.

Abrazos con fumata blanca

César Bardés dijo...

Yo también creo que es una muy buena película. Y si no es sublime como las dos anteriores, más que por el hecho de que Coppola perdiera fuelle o similar, se debe a varios factores. Primero a que le dieron un año para escribir el guión, producir, rodar y estrenar, mientras que para las dos anteriores le dieron dos.
Segundo fue el hecho, decisivo, que Robert Duvall le pidiera una cantidad desorbitada de dinero para volver a interpretar a Tom Hagen. En ese momento, cuando Duvall pidió ese dinero, Coppola ya tenía escrito el guión y, por lo que he leído por ahí, no era un papel episódico como fue casi el que desempeñó George Hamilton. Es más la redención de Michael no iba con la hija, sino consigo mismo. El caso es que con la negativa de Duvall, Coppola tuvo que rehacer buena parte del guión.
El tercero es el hecho de que Wynona Ryder tuviera una crisis nerviosa a poco de empezar el rodaje y se tratara de buscar una candidata para interpretar a Mary a contrarreloj. Ahí Coppola vio el hueco para Mari Sofi y, sencillamente, se equivocó (con lo fácil que pudiera haberlo tenido con Bridget Fonda).
El cuarto es que la elección de Andy García como el heredero de imperio Corleone no es que sea mala...tampoco es buena.
Y aún así, con todos estos factores en contra (a Coppola le van a hablar de eso), Francis Ford hace la película que hace y le sale muy bien. Y resulta un digno broche de oro a las otras dos maravillosas obras maestras.
Abrazos rezando por la salud del Papa.