Cuando
alguien se siente artista acude a todos los resortes del interior para dar
rienda suelta a su inspiración. Ahí están los recuerdos, sean buenos o malos,
las experiencias, los sentimientos, la subjetividad y el propio destino
jugueteando con una creación que, escondida en su cobardía, practicará esbozo
tras esbozo hasta dar el salto al lienzo definitivo. En ese instante, nace el
estilo, el deseo de contar algo sin decir ni una sola palabra, la irresistible
conquista del concepto y, también, el encuentro con la seguridad.
Y así, el artista va
naciendo mientras se asiste a la crueldad, se siente la pérdida, se acurruca
ante la desolación, se ilumina con el amor, anhela la libertad, comparte la
búsqueda y halla el mensaje. El camino es largo y duro, con idas y venidas que,
en ocasiones, acaban formando una burla del destino o una justicia poética
emanada de la inspiración…o, tal vez, de algún viento casual movido por los
fantasmas del cariño. El lienzo en blanco abre su boca descarnada para gritar
la inutilidad del vacío y, de repente, una idea brota, el pincel se mueve y
todo comienza a tener un sentido ignoto que, a partir de determinado momento,
corresponde a los ojos que ven el resultado final. El arte es así de misterioso
y de escurridizo. Está a la vuelta de la esquina, sólo que no se sabe de qué
esquina.
Después de la
desastrosa experiencia que le supuso rodar en Estados Unidos The tourist, Florian Henckel von
Donnersmarck, director de la aclamada La
vida de los otros, vuelve a Alemania para rodar otra historia de destinos y
artes surgidos de la presión de dictaduras de derechas y de izquierdas. La
seguridad de que, de alguna manera, todo acaba encajando es algo que sólo
poseen los artistas y von Donnersmarck demuestra que está muy cerca de serlo
cuando domina todos los rincones de la producción con las manos libres. Ayudado
por la maravillosa música de Max Richter y la impecable fotografía de un
monstruo como Caleb Deschanel, el director se decide a relatar la vida del
pintor Gerhard Richter (nada que ver con el compositor) cambiando algunos
parentescos o introduciendo situaciones que, desde luego, funcionan en una
historia que, eso sí, podría haber aligerado un poco de sus tres horas de
duración. De paso, hace una visita a la desorientación de occidente, a la
manipulación de la verdad y, por tanto, del arte, a la ceguera habitual de un
pasado del que cualquier alemán se avergüenza y al ahogamiento intelectual del
régimen de la República Democrática Alemana. No está mal para querer contar la
vida de un artista que, bajo el rostro de Tom Schilling, desafía a lo
establecido y vence más allá de los convencionalismos.
El amor juega un papel
importante en los primeros apuntes, la pasión se va sin avisar y la pintura
desaparece en busca de una razón para existir y siempre, siempre, la certeza de
que lo que hay que transmitir es una parte de uno mismo, del yo más interior
del artista, de la verdad que habita en cada uno de ellos. Sólo así se puede
llegar a la excelencia en el arte porque, de lo contrario, se distraerá en las
trampas del discurrir, preocupándose por las maquinaciones de un suegro
despreciable en su superioridad, o en las pérdidas que se quedan grabadas en el
corazón mientras una mano intenta coger las medidas de una escena que trata de
guardar en el museo de la memoria. Los esbozos de la creación surgen a cada
mirada, a cada gesto y a cada hecho porque, tal vez, la obra de arte de una
vida sea todo un mosaico de sensaciones.
2 comentarios:
Yo creo que el principal lastre de la película es su excesivo metraje. Con una hora menos, hubiese ganado muchos enteros, porque hay momentos muy reiterativos y escenas en blanco - nunca mejor dicho- que no aportan gran cosa al desarrollo de la trama. Al mismo tiempo hay elipsis que no se explican - o que no entendí muy bien- y momentos que fuerzan la máquina y llevan la película hasta casi los terrenos del culebrón (sin ir más lejos, los dos embarazos que se ven). El horripilante título que se le ha dado en castellano ya remite al culebrón de sobremesa de sábados en Antena 3. Eso sí la puesta en escena y la recreación de la Alemania de la época dista mucho de ser la de un culebrón. De las interpretaciones me quedo con la de Sebastian Koch. Inferior desde luego a "La vida de los otros" pero también por supuesto muy superior a "The tourist".
Abrazos sin autor
Es verdad que el excesivo metraje juega en su contra. Yo no le quitaría tanto como una hora, pero algo más de media, sí. También es cierto que lo que cortaría serían las escenas reiterativas (el tema de la búsqueda de la inspiración llega a cansar). También creo que, al menos, uno de los embarazos sí que está plenamente justificado (al fin y al cabo, es el pasaporte a la seguridad del personaje de sebastian Koch). Creo que la fotografía de Deschanel, uno de los grandes, es espectacular, así como la banda sonora, muy bien introducida en algunos pasajes. En cuanto a la interpretación, prefiero la de Tom Schilling porque la de Koch se me antoja demasiado hierática (ser cruel no significa ser impasible en todo). Y, desde luego, plenamente de acuerdo en que es inferior a "La vida de los otros" y muy, muy superior a "The tourist". Es por ello que destaco que el bueno de Florian se desenvuelve mejor en los terrenos que conoce que no en las Américas.
Abrazos abstractos.
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