Las amistades de un
policía pueden llegar a ser incómodas. Y más aún si el Inspector Coleman se
esfuerza por dar una cara amable a todos aquellos que considera útiles. El
mundo de los bajos fondos puede confundir las cosas con demasiada claridad y,
así, un transexual puede creer que es atractivo para ese joven y enérgico
comisario y un viejo amigo puede caer en el error de pensar que estará más allá
del bien y del mal. Coleman es concienzudo y no tiene ningún problema en
utilizar una violencia moderada si eso le ayuda a conseguir sus objetivos. Bien
sea un atraco en un banco en una localidad de la costa de Normandía o un audaz
asalto a un tren. A la hora de la verdad, Coleman actuará bajo su sentido del
deber…aunque la historia de la confianza y la traición se prolongue porque
siempre habrá alguien dispuesto a darle lo que quiere y, posiblemente, ése sea
su próximo objetivo.
Al otro lado, un tipo que
planea sus golpes al milímetro, que sabe rodearse de profesionales que están
dispuestos a jugarse el pellejo aunque, en teoría, el peligro debe ser mínimo.
Se trata de hacer lo que no espera la policía. Es fácil atenerse al plan si
todos los elementos actúan de la forma prevista. No importa que esté cayendo
una tormenta de mil demonios, o que un helicóptero sea la parte principal. El
dinero es lo primero y hay que ir a por él. Ya habrá que ocuparse de Coleman y
de sus hombres en su momento. Aunque también duela, hay balas que necesitan ser
disparadas. Hay atracos que necesitan ser dados. Hay mujeres que necesitan ser
queridas.
Los adoquines brillan a
la luz de la lluvia y Coleman patrulla las calles en busca de la información
adecuada. A pesar de que no es un hombre mayor, comienza a estar bastante
quemado y no puede evitar deslizar un aviso a quien cree que puede estar
implicado si realmente lo conoce. Eso no es estar al lado de los malos, es
estar al lado de los amigos. Nadie dijo que ser policía era una bicoca y, muy a
menudo, hay que elegir entre dos cosas que preferirías no hacer. Y cuando se
aprieta el gatillo, siempre hay que elegir. Y el error está ahí, acechando,
dispuesto a volarte la tapa de los sesos a la primera oportunidad.
Jean-Pierre Melville
dirigió a Alain Delon, Richard Crenna y Catherine Deneuve con un fondo de jazz
y atracos, con sombreros de ala ancha en plenos años setenta, con garitos
llenos de humo y chicas deslumbrantes…y con un cierto sentimiento de que la
traición, por muy justa que sea, puede ser un acto terrible. Al fin y al cabo,
es una forma de renunciar a sí mismo para que algo no muera y lo único que se
consigue es alargar la agonía. Fue su última película porque la vida a todos
nos traiciona y nos entrega a las tinieblas…tal vez queriendo decir que, en el
fondo, todos somos los protagonistas de una crónica negra, o de un golpe del
que no podremos salir indemnes.
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