No deja de ser incómodo
asistir a la presión que se puede desarrollar en un trabajo como el de agente
inmobiliario. Puede que ahí resida toda la gloria y todo el fracaso del
capitalismo como un sistema devorador y revelador. Una venta puede significar
el presentimiento de la buena suerte, de la fortuna, de la clarificación de un
futuro que no durará mucho más allá del siguiente negocio. Y no hay piedad para
conseguir un día más detrás de una mesa de despacho, contando mentiras para que
algún incauto pique, tratando de embaucar al siguiente primo que se atreve a
gastar su dinero en alguna propiedad del repertorio. Además habrá que hacer
frente a las envidias ajenas, a los trucos de los compañeros, a la terrible
opresión de un jefe ávido de cifras. Es caminar continuamente por el abismo que
conduce al fracaso.
En la oficina podremos
encontrar al tipo que últimamente ha tenido bastante suerte y ha conseguido
colocar unas cuantas fincas basándose en su encanto personal, en ese
resbaladizo don de gentes que a muchos se escapa. Habrá otro que será pura
arrogancia, que presumirá de lo que nunca ha conseguido y que se cree más
importante de lo que realmente es. Hay que tener cuidado con esos tipos. De la
mentira pasan a la puñalada y los contratos los suelen firmar con sangre de los
otros. Un poco más allá, en la mesa de la esquina, está el veterano que tuvo su
momento, pero que ya pasó. Está al borde del retiro y, sin embargo, quiere
continuar. Su hijo en la universidad, los gastos comunes, el tren de vida.
Tiene que vender como sea porque sabe que, si no lo hace y rápido, no le
quedarán muchas más salidas que los luminosos de un bar. Está en un callejón sin salida en el que se
pelean su propia personalidad y su carrera profesional. Es el personaje triste
que siempre quiere demostrar que quien tuvo, retuvo. Habrá que mirar a las
espaldas para ver aún a otro más. Es muy dañino. Es un tipo que no le interesan
las ventas y tiene ya tanto resentimiento que lo único que desea es arruinar la
empresa, fastidiar las ventas de los compañeros, saciar su sed de sangre y
robar los buenos negocios para agarrar la ansiada comisión. Es uno de esos que
hace que la camisa se empape de sudor debajo del traje porque nunca irá de
frente. Por último, estará el hombre que ya ha perdido, que sabe que no tiene
nada que hacer, que ya no recuerda números de teléfono para contactos, que,
sencillamente, se ha rendido y sabe que no conseguirá nada. Es uno de esos que
tiñen todo de gris porque ya no le quedan fuerzas para seguir luchando. Todos
ellos son el mosaico de lo que somos, encarnan la gran mentira que nos rodea,
clarifica los fingimientos a los que ya nos hemos acostumbrado. Están pagando
un precio muy alto por salir adelante y, cuando se den cuenta, será demasiado
tarde.
Maravillosa película
con guión de David Mamet con un elenco de lujo que incluye a Al Pacino, Jack
Lemmon, Kevin Spacey, Alec Baldwin, Ed Harris, Jonathan Pryce y Alan Arkin,
puro lujo entre papeles y burocracia, entre charlas intrascendentes y mentiras
soltadas como verdades. Una película que hace que salgas con la tristeza en el
rostro, la tensión en el cuerpo y la seguridad de que es muy posible de que eso
también te esté pasando a ti y no seas más que una pieza más de un engranaje en
el que no supiste nunca encajar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario