El Detective Inspector
Jack Mosley está cansado para todo. Está harto de trabajar veinte horas diarias
sin ningún reconocimiento. Está desesperado porque nada de lo que ha hecho ha
salido demasiado bien. Quizá algún día del pasado fuera testigo de que era un
buen policía, pero ya nadie se acuerda de eso. Arrastra una pierna, sus
compañeros no le respetan, tal vez porque bebe un poco más de la cuenta; sus
jefes no tienen demasiada consideración con él; su matrimonio hace aguas…Es
como tener una pistola sin balas. Su percutor está desencajado, su gatillo
funciona mal y su vida se está apagando poco a poco, sin demasiado ruido. Sólo
quiere irse a casa, tomarse una copa y tumbarse en la cama.
Una noche de trabajo
larga, interminable, de esas en las que uno se huele la ropa y sólo percibe
cansancio y sudor seco. Y, de repente, un encargo justo cuando ya bajaba las
escaleras. Escoltar a un testigo preso a través de dieciséis calles hasta la
oficina de la fiscal. Eso lo puede hacer cualquiera, pero no, le tiene que caer
a él. Lo que no sabe Jack Mosley es que esas dieciséis manzanas van a ser mucho
más largas que la noche que acaba de pasar. A unos cuantos compañeros no les
interesa demasiado que ese testigo, un chico negro no demasiado inteligente, vaya
a declarar. Un caso de corrupción. Jack Mosley no puede creer en su mala
suerte. Sin embargo, el chico merece la pena. Tiene corazón, tiene sueños,
tiene ingenuidad, tiene miedo. Es uno de esos tipos que siempre ha estado en el
lugar más inoportuno en el momento menos adecuado. Y la única esperanza es el
propio Jack. Vaya esperanza, piensa Jack. No seré capaz ni de llevarle dos
manzanas más allá. Los sucesos se precipitan. Y esas dieciséis calles que
separan la cárcel de la comisaría del distrito hasta la oficina de la fiscal
son el mismo infierno. Nadie quiere al chico. Nadie quiere a Jack. Y, por una
última y maldita vez, Jack quiere hacer lo correcto, aunque eso signifique
establecer una zona de guerra entre esos policías, esos compañeros que, en el fondo,
desprecian a Jack y él mismo. Tarea ímproba, Inspector. Nadie sabe nada. Nadie
acude en tu ayuda. Te intentan engañar. Tratan de asesinarte. Y, mientras
tanto, el hombre que siempre habitó en ti parece que inicia una rebelión que se
sabe perdida.
Narrada con mucho ritmo
y con un espléndido trabajo del más amargado Bruce Willis, Dieciséis calles es una mañana que nunca debió de ocurrir. A pesar
de que, en algún trecho, parece que la historia se inmoviliza, Richard Donner
tiene el suficiente oficio como para arrancar con las ruedas pinchadas e
iniciar de nuevo una trama atractiva, que engancha, con sus perdedores tratando
de ganar una vez e intentando extraer lo mejor de cada uno de sus
protagonistas. No, no es fácil, a pesar de las apariencias, dirigir una
película así, con la ciudad como el tercer nombre en la cabecera de cartel y el
giro dispuesto a la vuelta de cada esquina. Quizá sólo haga falta atravesar
dieciséis calles para saber cuál es el auténtico valor de un hombre. Aunque ese
hombre ya tenga el billete de vuelta para todo y responda al nombre de Jack
Mosley.
2 comentarios:
A mi me parece que esta película, que en otra época sería muy B, en estos tiempos se convierte en un film de lo más notable.
Lo primero porque en la dirección está un tipo que se las sabía todas, Donner tiene una colección de mitos en su mochila : "La profecia", "Superman", "Lady Halcón", "Los goonies", "Arma letal"...Si de algo sabía (aun vive , pero estas "Dieciseis calles" fueron realmente su última película) era de ritmo, de como manejarlo, mantenerlo y elevarlo en los momentos adecuados.
Lo segundo es el guion. Nada nuevo, o casi nada, sin embargo lo suficientemente inteligente como para darle un poco de hondura a un par de personajes para hacer que el espectador empatice con ellos y les acompañe en su peligrosa peripecia.
Lo tercero es la interpretación. Willis no es del Actor´s Studio pero tampoco es Stallone, sabe dar empaque a sus personajes (y mira que ha hecho basurilla) hasta conseguir hacerlos creíbles. También David Morse es un secundario de los que dejan su poso y Mos Def no es sólo el negrito rapero para dar tironcillo a la película, ha hecho mucho cine y es un tipo con cierta solvencia.
Y finalmente el ambiente, es Nueva York, el plató de siempre, pero no deja de ser un western. me valen las calles qeu separan el origen y el destino como la calle mayor de Dodge City y sus callejones, los coches cono abrevaderos y carromatos, el autobús como una diligencia y el héroe el pistolero perdedor que se redime en su última oportunidad.
Pasas un buen rato y agrada ver una película casi de otro tiempo.
Abrazos disfrazado de rehen
Yo no tengo ningún problema en imaginarme esta película interpretada en los años cuarenta con James Cagney y el más jovencito William Holden de protagonistas (el hecho de que el chaval sea negro creo que no incide nada de nada en la acción). Tiene un aliento clásico muy importante que no hace más que beneficiarla y hacer de ella una pequeña joya del cine de acción más clásico (valga la redundancia). Y, como muy bien dices, es que Donner era un realizador muy, muy seguro. No importaba que dirigiera "Superman" o "La profecía" (que el mismo tiempo se ha encargado de convertir en un clásico). No es menos cierto que el trabajo de Willis es impecable y, por eso, me atrevo a compararlo con Cagney (Bogart también lo hubiera hecho bien o, si se me apura y vamos al terreno de la más pura serie B, hasta Edmond O´Brien). Ese secundario que hace David Morse (es un actor que sabe imprimir a sus personajes una sospechosa tranquilidad que no hace más que ponerte en tensión) lo podría haber hecho perfectamente Ward Bond, quizás, o, tal vez, William Bendix.
Y, desde luego, el escenario es perfecto. Y si tú lo ves como western, que tienes cierta razón en verlo así porque, casi, casi, podríamos hablar de un "Río Bravo" móvil, yo la veo como una película de cine negro, con la fotografía bien contrastada, dirigida por Raoul Walsh o por Michael Curtiz y siendo una de esas joyitas ocultas del cine más escondido.
Abrazos con tartas dedicadas.
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