No hay nada mejor que
ensayar un tranquilo quinteto de cuerda con unos amigos. Y más aún si se hace
en la casa de una venerable anciana que disfruta con la música como nadie. Todo
tiene que permanecer en esa especie de tranquilidad inglesa que nadie más puede
proporcionar. El té, las atenciones, la educación, las reuniones, Boccherini…
¿qué más podría desear un melómano? Y, desde luego, el profesor Marcus emana
una especie de perfeccionismo obsesivo que tiene que ser, a la fuerza, el signo
inequívoco del talento. Aunque hay algo en su mirada que parece desafinar con
el resto de sus intenciones…pero eso son chaladuras de anciana. Si unos
individuos desean fabricar algo de belleza… ¿quién es una pobre vieja para
decirles que no deben hacerlo?
Sin embargo, el
profesor Marcus guarda unas oscuras intenciones bajo las cuerdas de su
instrumento y es, naturalmente, que esos cinco individuos que van todas las
tardes a ensayar a Boccherini, en realidad, van a planear y a ejecutar un
atraco del que la pobre ancianita es la tapadera perfecta. ¡Si hasta tiene unas
relaciones cordiales con el guardia del barrio! Más respetabilidad, imposible.
Los problemas se suceden para estos malvados facinerosos que se quieren llevar
el dinero en un estuche de contrabajo y, poco a poco, uno va creando adicción a
estos personajes que están descritos con una cámara inocente, innovadora y, a
la vez, hilarante. Permítanme utilizar este adjetivo que parece, a primera
vista, tan sumamente británico. En cualquier caso, hay que tener en cuenta que
aquí no sobra nada, ni falta nada, es la película perfecta en una historia
encajada. Y ahora, si me dan su permiso, voy a coger una pastita.
Alec Guinness demuestra
lo enorme que era cuando decide caracterizar a un personaje y mostrar todo su
talento creativo y versátil al servicio de lo que se está contando. Sin olvidar
a la inolvidable señora Wilberforce, admirablemente bien interpretada por Katie
Johnson y, por supuesto, a esos gañanes adorablemente torpes interpretados por
Cecil Parker, Peter Sellers, Herbert Lom y Danny Greene, que, protegidos por el
maravilloso guión de William Rose y la ejemplar dirección de Alexander
MacKendrick, consiguen que ese quinteto que es incapaz de hilvanar dos notas
con algún sentido en un pentagrama ofrezcan toda una obra maestra de la comedia
más negra.
Así que no olviden
mantener la farsa hasta el final, pongan en su sitio los cuadros, no dejen que
se tuerzan, denle cuerda al gramófono y vayamos a hacer un atraco perfecto que
no tiene parangón. Los Hermanos Coen cayeron en la tentación de repetir la
hazaña, pero cayeron en la cuenta de que todo esfuerzo era inútil. La verdadera
representación está aquí, con sus impecables papeles pintados, su casita de
muñecas, su coartada y su huida precipitada. Todo lo demás es puro fingimiento
y, eso sí, estos individuos, si se hubiesen dedicado a la música, hubieran
perpetrado un atraco en el oído que aún resonaría en la cueva de nuestros
sufridos tímpanos.
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