“Me
llamo Dalton Russell. Presten atención a lo que digo pues escojo mis palabras
con cuidado y nunca me repito. Les he dicho mi nombre, ya tienen el quién. El
dónde podríamos describirlo como una cárcel, pero hay una enorme diferencia
entre estar en una celda diminuta y estar en una cárcel. El qué es fácil. Hace
poco he puesto en marcha y he llevado a cabo los planes para ejecutar el atraco
perfecto a un banco. Eso incluye el cuándo. Y el por qué, aparte de la
motivación económica es así de simple: porque puedo. Lo cual nos deja el cómo
y, señores, he ahí la cuestión, como diría Shekespeare”.
Aparte la motivación
económica, Dalton Russell no atraca un banco simplemente para demostrar que
puede hacerlo. Si no fuera así, nadie le hubiera dicho que lo hiciera. Lo hace
porque sabe que, en el fondo, es una cuestión de justicia. Y es que Dalton es
uno de esos ladrones que siempre dice la verdad. Otra cosa es que parezca que
la está diciendo. Y eso, señores, incluye también el hecho diferenciador que separa
a los inteligentes de los tontos. No, Dalton Russell no desprecia a nadie.
Tampoco quiere hacer daño a nadie porque, en el único momento en que tiene que
emplear la violencia, tiene que ir a un despacho y decirse a sí mismo que debe
hacerlo si quiere seguir con el plan. Y, para terminarlo de rematar, ahí fuera
hay un policía muy listo, un tal Frazier, al que hay que pasar el río de la
única manera en la que no lo espera. De paso, también habrá que improvisar un
encontronazo repleto de justicia poética.
Mientras tanto, todo
son maniobras de distracción. Por ahí, todos van vestidos igual. Por aquí, la
descripción de los sujetos son demasiado parecidas a varios rehenes y todos no
pueden haber atracado el banco. En el margen, un individuo parece muy preocupado
por lo que contienen las cajas de seguridad de la oficina y se ayuda de una
experta en negociaciones del más alto nivel. Un poquito de albanés, unas
pizzas, una pared desplazada un par de metros y ya tenemos realizados los más
recónditos designios de Dalton Russell.
Por supuesto, no debe
faltar alguna alusión al racismo inherente de la policía, que considera a
cualquiera de raza distinta como sospechoso; o a la corrupción que intenta
salpicar a quien no tiene nada que ver mientras el más corrupto de todos goza
de una posición envidiable financiera y socialmente. Por otro lado, Frazier
parece bastante consciente de que él no lleva la iniciativa. La lleva ese tipo,
Dalton Russell. Alguien que parece bastante seguro de sí mismo y que no se pone
nervioso bajo ningún concepto. Ni siquiera ante la provocación más que evidente
de un inspector de policía que no puede entender que haya alguien con tanta
sangre fría.
Spike Lee dirigió aquí
su mejor película, por mucho que sus proyectos más personales pasaran por la
visibilización del conflicto racial latente en la sociedad norteamericana y
ésta fuera un encargo. Y supo rodear de fascinación a la trama cuando le dio
importancia a un villano de la categoría de Dalton Russell. Elegante, frío,
tajante, seductor, cínico y, ante todo, sincero. Sí, porque, a pesar de la
situación, ese ladrón previsor y astuto, no dice ni una sola mentira. Y Frazier
es un fingidor compulsivo. Papeles cambiados. Esvásticas en la cartera. Un
diamante deslizado y la seguridad de que esos ladrones, en realidad, estaban
con la razón de su parte.
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