martes, 24 de septiembre de 2019

PLAN OCULTO (2006), de Spike Lee



“Me llamo Dalton Russell. Presten atención a lo que digo pues escojo mis palabras con cuidado y nunca me repito. Les he dicho mi nombre, ya tienen el quién. El dónde podríamos describirlo como una cárcel, pero hay una enorme diferencia entre estar en una celda diminuta y estar en una cárcel. El qué es fácil. Hace poco he puesto en marcha y he llevado a cabo los planes para ejecutar el atraco perfecto a un banco. Eso incluye el cuándo. Y el por qué, aparte de la motivación económica es así de simple: porque puedo. Lo cual nos deja el cómo y, señores, he ahí la cuestión, como diría Shekespeare”.
Aparte la motivación económica, Dalton Russell no atraca un banco simplemente para demostrar que puede hacerlo. Si no fuera así, nadie le hubiera dicho que lo hiciera. Lo hace porque sabe que, en el fondo, es una cuestión de justicia. Y es que Dalton es uno de esos ladrones que siempre dice la verdad. Otra cosa es que parezca que la está diciendo. Y eso, señores, incluye también el hecho diferenciador que separa a los inteligentes de los tontos. No, Dalton Russell no desprecia a nadie. Tampoco quiere hacer daño a nadie porque, en el único momento en que tiene que emplear la violencia, tiene que ir a un despacho y decirse a sí mismo que debe hacerlo si quiere seguir con el plan. Y, para terminarlo de rematar, ahí fuera hay un policía muy listo, un tal Frazier, al que hay que pasar el río de la única manera en la que no lo espera. De paso, también habrá que improvisar un encontronazo repleto de justicia poética.
Mientras tanto, todo son maniobras de distracción. Por ahí, todos van vestidos igual. Por aquí, la descripción de los sujetos son demasiado parecidas a varios rehenes y todos no pueden haber atracado el banco. En el margen, un individuo parece muy preocupado por lo que contienen las cajas de seguridad de la oficina y se ayuda de una experta en negociaciones del más alto nivel. Un poquito de albanés, unas pizzas, una pared desplazada un par de metros y ya tenemos realizados los más recónditos designios de Dalton Russell.
Por supuesto, no debe faltar alguna alusión al racismo inherente de la policía, que considera a cualquiera de raza distinta como sospechoso; o a la corrupción que intenta salpicar a quien no tiene nada que ver mientras el más corrupto de todos goza de una posición envidiable financiera y socialmente. Por otro lado, Frazier parece bastante consciente de que él no lleva la iniciativa. La lleva ese tipo, Dalton Russell. Alguien que parece bastante seguro de sí mismo y que no se pone nervioso bajo ningún concepto. Ni siquiera ante la provocación más que evidente de un inspector de policía que no puede entender que haya alguien con tanta sangre fría.
Spike Lee dirigió aquí su mejor película, por mucho que sus proyectos más personales pasaran por la visibilización del conflicto racial latente en la sociedad norteamericana y ésta fuera un encargo. Y supo rodear de fascinación a la trama cuando le dio importancia a un villano de la categoría de Dalton Russell. Elegante, frío, tajante, seductor, cínico y, ante todo, sincero. Sí, porque, a pesar de la situación, ese ladrón previsor y astuto, no dice ni una sola mentira. Y Frazier es un fingidor compulsivo. Papeles cambiados. Esvásticas en la cartera. Un diamante deslizado y la seguridad de que esos ladrones, en realidad, estaban con la razón de su parte.

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