Un
sentimiento tan complejo como es el deseo de venganza puede estar hibernando en
el interior de una persona durante mucho, mucho tiempo. Sin embargo, en un
determinado momento, sale a la superficie y resulta aún más implacable, más
cruel, más definitivo. Tal vez porque, si se deja dormir, se manifiesta con nitidez,
como si fuera un plan que se tenía guardado en algún lugar del corazón
esperando el instante ideal. Y es entonces cuando se entra en una espiral de
violencia y de rencor que sólo terminará con los sueños rotos y el sufrimiento
aún latente.
Y como el tiempo ha
sido el aliado más fuerte para esconder esa rabia, su realización también se
tomará el suyo. Poco a poco, como saboreando las vidas que se van a arrebatar.
Es cierto que también el destino echará una mano, pero ésa es una compañía
demasiado peligrosa porque todo el mundo sabe que es traicionero. A veces,
puede favorecer y, en cambio otras, parece que lo hace sólo para que llegue a
cumplirse. Tanto dolor contenido no deja adivinar que el enemigo tiene pensado
una jugada aún más vil, más despreciable y, desde luego, más definitiva.
Uno de los aciertos de
Paco Plaza a la hora de pasarse al thriller
después de haber probado sobradamente su valía en el género de terror es
dirigir la película como si también fuera una historia de terror moral. No deja
de invadir al espectador con una cierta sensación de incomodidad continua, como
si, en el fondo, todos quisiéramos que ese enfermero de una residencia de ancianos
que incorpora Luis Tosar consiguiera sus objetivos para que, al mismo tiempo,
tuviéramos la certeza de que lo que está haciendo está mal y que la venganza
rara vez compensa. Para ello, Plaza sabe retratar esos personajes de mafia
gallega, muy alejados de lo que estamos acostumbrados, como auténticos
delincuentes de calle que manejan negocios que sobrepasan todo lo imaginable. Y
coloca el rostro de su actor protagonista como un mosaico de sufrimientos que
nunca podrán cesar por mucho que la vida pueda advertir que lo que se posee, en
muchas ocasiones, es un auténtico tesoro. Y pocos, muy pocos, se dan cuenta de
ello.
Y, quizá, esto es lo
que ocurre cuando la venganza se lleva en las venas y se intenta traspasar a
otro sistema circulatorio, con situaciones en las que el filo de la tensión se
puede cortar con una jeringuilla, con un admirable manejo del tiempo y de la
premura, con ocasionales respiros porque, de repente, parece que todo encaja
para, seguidamente, volver a revolverlo todo sin piedad. La sangre corre. El
rencor, también. La rabia crece. El dolor, también. La incomodidad se cierne.
La pena inunda. El desenlace apremia. Las lágrimas esperan.
No hay ninguna duda de
que en una tierra tan hermosa como Galicia, la droga ha corrido como el agua de
sus rías y el crepúsculo llegó a anunciar una larga noche de intercambios,
ajustes de cuentas y tratos mal cerrados. Mientras tanto, la gente ha llorado a
sus muertos que cayeron sin piedad por el maldito polvo blanco que siega vidas
y coarta voluntades. Por eso mismo, esa venganza adormilada aún está esperando
su momento, tratando de dar descanso a la ansiedad de una justicia que nunca ha
sido suficiente. Y el chantaje, la presión, la muerte y la desesperación se
integraron en un entorno que debería ser parte del paraíso.
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