Mi tío es un señor que
es muy simpático. Vas a su casa y tienes que subir y bajar un buen montón de
escaleras para poder llegar. Es divertido ir con él a pasar la tarde. Lo mismo,
de vez en cuando, se apunta conmigo y con mis amigos a tomar unos bollos de
azúcar y a hacer que la gente se pegue un trompazo con las farolas. Jó, qué
risa. Para él, un perro es un perro; una manguera de plástico es una ristra de
salchichas y el fingimiento es una lata. Me lo paso muy bien con él. Cuando me
va a buscar al cole se me pone una sonrisa de oreja a oreja porque no voy a
pasar todo el rato en la casa supermoderna de mi padre, con su célula
fotoeléctrica para el garaje, ni con la jarra que bota, con todo el jardín
cuidadito y la cursi de la vecina haciéndose la interesante. Seguro que voy a
su casa, me lleva al mercado, me monta en un carro y me hace reír. Al fin y al
cabo, eso es algo que los adultos no acaban de entender muy bien. Lo único que
pedimos los niños como yo es algo tan sencillo como tiempo. Ése mismo que mi
padre no tiene nunca para mí. Para él es más importante la calidad de sus
conglomerados de plástico, el coche de color insoportable y mantener la
seriedad en todo momento. Un día, de tan serio como es, se va a convertir en
piedra.
Claro, y a veces, miro
a mi padre y miro a mi tío, y me doy cuenta de que son dos mundos completamente
diferentes. Mi padre es moderno, ocupado, trascendente y malhumorado. Mi tío es
antiguo, libre, bromista y divertido. A lo mejor, son parecidos a los lugares
donde viven, porque mi tío vive en una casa que es más antigua que la tana y mi
padre hace que todos vivamos en una casa que parece que tiene vida propia, con
unos muebles que a mí me parecen más tontos que una peonza, y con chorritos en
el jardín. ¿Podéis imaginar algo más horrible que un chorrito en el jardín? Mi
tío sí que sabe de chorritos. Un día fueron a tomar el té unos amigos de papá y
mamá y mi tío hizo chorritos allá por donde pisaba. Yo me partía de la risa. No
podía ni moverse porque los chorritos se le metían por todas partes.
Mi historia y la de mi
tío la hizo un señor que se llamaba Jacques Tati. Tal vez quiso enseñar a todos
que la felicidad no está en el lujo que nos rodea, o en las tonterías
supuestamente educadas de unos señores que sólo quieren aparentar. Trabajar en
una fábrica es aburrido, por mucho que se quiera disfrazar de lo contrario y el
mundo moderno se va comiendo poco a poco al antiguo. Es como si hubieran puesto
a trabajar las taladradoras y todos los muros siguieran cayendo. Pronto no quedará
nada…pero yo, mientras tanto, intentaré pasarlo lo mejor posible con mi tío y,
de paso, a ver si consigo que mi padre me dedique algo de tiempo y sea un poco
más gamberro. Porque yo sí lo soy y me gusta gastar bromas. Algo así como estas
líneas que escribo en el cuaderno de clase. Si no fuera así, tendría que
escribir cien veces “prometo no hablar de
cine nunca más”.
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