El mundo no sería nada
si no se pudieran completar las tareas. Son todos esos trabajos que pueden ser
considerados normales por el resto de los mortales. Ya se sabe. Un
rompecabezas, la revisión de quince años de cuentas empresariales, el asesoramiento
del pago de menos impuestos o cargarse a unos cuantos tíos sin la menor
contemplación. Al fin y al cabo, para alguien que sufre de autismo, el mundo es
un lugar agresivo y hay que adaptarse como sea. No es fácil la relación con los
demás así que no hay demasiados remordimientos al disparar balas como si fueran
cifras de un interminable balance de situación. Lo importante es terminarlo
todo. Dejarlo bien cerrado y listo. Tampoco hay que dar mucha importancia a que
pueda pasar algo. Se trata simplemente de elegir entre ser víctima o ser
agresor y la elección estuvo clara desde que aquellos chicos de la escuela se
comenzaron a reír porque notaron la diferencia. Saldar cuentas también incluye
la reestructuración del personal. Sobre todo, cuando descubres lo que nadie
debería haber notado.
Y es que detrás del
fraude puede haber hasta una motivación altruista, aunque, en el fondo, no sea
nada honesta. La vida, para Christian Wolff, es blanca o negra, sin matices. Si
alguien realiza un desfalco, que pague. Si se le contrata para acabar con unos
cuantos indeseables, se hace. Si se apunta con el cañón de una pistola a un
hombre que confiesa ser un buen padre, se le perdona. De vez en cuando, aunque
sólo sea para dar un poco de luz a esa parte de la humanidad que se esconde en
algún lugar del corazón autista de un asesino profesional, hay que reflejar un
ligero descuadre, nada importante. Sólo la certeza de que se aprecia lo que
hacen las personas de bien.
Hay que reconocer que El contable es una interesante película
que habla del autismo inteligente desde una perspectiva de thriller. Incluso un actor tan carente de recursos como Ben Affleck
realiza un trabajo creíble y centrado a la hora de construir a ese profesional
que controla su enfermedad sólo hasta cierto punto y que se mueve por un mundo
demoledoramente frío y hostil. Impresionante la interpretación de J.K. Simmons
como ese agente del tesoro al borde de la jubilación que está fascinado por el
trabajo de quien persigue. Sólido es John Lithgow, como siempre, y Anna
Kendrick se entona, sobre todo, gracias a su peculiar físico. La dirección de
Gavin O´Connor es ágil y, en algunos momentos, de cierto mérito, con algunas
secuencias de fuerza e impacto. No cabe duda de que a la película le salen las
cuentas con holgura y con beneficios antes de impuestos.
Así que déjense llevar
por la sorprendente actitud de un hombre que se pierde en cuadros de Jackson
Pollock, que se entusiasma cuando detecta errores en números ajenos, que,
detrás de su extravío visual, se esconde una enorme concentración, que trata de
agradar y salvar a la única persona que le importa, pero que es incapaz de
iniciar una relación y que no se lo piensa dos veces a la hora de apretar el
gatillo. Todo ello hace que su limitada gama de acciones y reacciones sea
fascinante.
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