A
veces se puede llegar a la conclusión de que no todo lo que funciona en el
teatro también vale para el cine. Quizá la impresión de un escenario replicado
a tamaño gigantesco resulta impresionante desde la escena y no causa la misma
impresión cuando se quiere hacer lo mismo con un buen puñado de efectos
infográficos dentro de una visión poco afortunada. O, tal vez, resulte un error
cambiar la coreografía original, uno de los puntos más fuertes de la versión
teatral, por otros pasos de baile, en
teoría, más modernos, con ínfulas de espectacularidad, pero indudablemente
menos acertados. Lo cierto es que todo es una cuestión de talento. O de falta
de ello, más bien.
No es mejor insistir en
un montaje de tiros cortos para negar una visión general de un conjunto que
acababa por ser escalofriante. Y eso es algo que el director Tom Hooper ya hizo
con premeditación y alevosía en Los
miserables. No cabe duda de que la partitura de Andrew Lloyd Webber sigue
siendo igual de brillante (a pesar de que alguna lumbrera del oficio crítico
llegue a afirmar que la música es floja) y que Jennifer Hudson dista mucho de
hacerse con el mítico Memory aunque
tenga voz más que suficiente para ello. Es toda una experiencia la
interpretación de Ian McKellen en la piel del viejo Asparagus mientras que lo
de Idris Elba como Macavity es casi un chiste. Quita seriedad al intento la
invención de hacer volar a los mininos incluso por arte de magia cuando Míster
Mistoffeles era una auténtica fiera bailando. Y no hace falta insistir tanto en
movimientos felinos imposibles cuando basta con sugerirlos esporádicamente
debido a que tienes un maquillaje que ya está suficientemente recargado.
Cats,
por tanto, deja de ser una experiencia fascinante con un argumento cogido
siempre con las pinzas de un poemario a través de la presentación de unos
cuantos felinos dispuestos a asumir una vida más divina y pasa a convertirse en
una ensoñación bastante esclava de unos innecesarios efectos informáticos
repletos de croma y algo de chapucería. Incluso contiene algunas escenas que
parecen repletos de broma y algo de tontería. El caso es que se queda muy lejos
de ser aquel espectáculo místico y total que se llegó a ver en el teatro de
Madrid (también alguna mente preclara ha llegado a declarar por esas líneas del
mundo que fue un fracaso cuando fue todo un éxito) y no es más que una
alucinación con algunos momentos de tenue brillantez que no consigue atrapar,
ni arañar, ni siquiera maullar con entidad de buen musical.
Así que no valen las
razones felinas para esa mítica reunión de gatos jélicos que tratan de renovar
sus espíritus una vez al año. Los humanos casi huyen de sus garras despavoridos
porque el día comienza de nuevo y el tiempo corre en contra de esos seres de
siete vidas que siempre caen de pie. En esta ocasión, no se puede disfrutar de
aquellos bailarines que asombraban con unas interpretaciones coreográficamente
impecables, ni de aquellos escenarios que despertaban tanta admiración y
curiosidad. La magia ya ha pasado y no se puede volver a contemplar en todo su
esplendor. Esto es sólo un sucedáneo que, al ser un musical, ya lo tiene todo
en contra de despreciadores habituales porque ni siquiera han podido ver lo que
fue en las tablas. Se quedarán con la idea simplista de que los gatos sólo son
animales que juegan cuando ellos quieren, aman cuando les apetece y mueren como
todos los demás.
2 comentarios:
Que difícil es captar la esencia de un gran espectáculo Muy buen artículo, me quitó las ganas de verla y al mismo tiempo despertó mi curiosidad.
Pues no puedo imaginar un mejor elogio para un artículo que tira hacia abajo a una película y que, al mismo tiempo, despierta la curiosidad en alguien para verla. Gracias por tus palabras.
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