miércoles, 26 de enero de 2022

EL DIARIO DE ANA FRANK (1959), de George Stevens

 

El mundo reducido al silencio. Por el día, todo debe parecer muerto, desaparecido, extinguido. Por la noche, los pies se pueden mover y los sentimientos tratan de aparecer. La convivencia, tan estrecha siempre, es difícil, por muy encantadoras que sean las personas y las manías que unos tienen de pelearse con las libertades de otros. Y, sin embargo, todos tienen que ceder porque, en esta ocasión, la vida va en ello. Una niña, que trata de crecer día a día en ese diván al que se ha reducido todo, aún es capaz de llevar adelante un diario en el que va escribiendo sus emociones y sus sentimientos. Y algo aún muchísimo mejor, algo que va a ayudar a todo el que se acerque a esta historia. Ella no pierde la esperanza. Esperanza en un ser humano que se ha empleado a fondo por desatar la crueldad y el horror allí por donde ha pasado. A pesar de todo, ella cree que el ser humano es intrínsecamente bueno, con sus defectos y sus carencias, pero que la bondad habita en él. Esa niña está escapando de los campos de exterminio donde se acaba con la vida de millones y aún es capaz de pensar algo así. Y lo piensa de verdad, sin la mentira, el engaño o la justificación por delante. Lo piensa de verdad.

El tiempo pasa muy lento entre las vigas vistas y los tablones chivatos. Y la niña va creciendo con inquietudes de mujer. El amor aparece y es algo que también resulta profundamente anacrónico en una situación de escondite y miedo. Es como si una flor luchase por brotar en medio de los adoquines de la calzada. No es su lugar, no tiene nada que hacer allí, y aún así quiere intentarlo. No habrá tiempo para mucho, pero ella, Anna, sigue escribiendo y tratando de encontrar un sentido a todo. Cualquier desliz les delatará a ella y a todos los que viven en ese reducido e ínfimo mundo de días iguales y confinamientos severos. De sus letras, brotarán todos los acentos y matices, tratando de arrojar algo de luz a su breve paso por la vida. Ella dejó mucho más mensajes en sus pocos años que la gran mayoría de nosotros viviendo muchos más. Y ese es un tesoro que debería permanecer entre nosotros inalterable, único, inolvidable, eterno.

George Stevens se arriesgó con audacia para llevar a cabo la versión cinematográfica de El diario de Anna Frank a partir de la obra de teatro de Albert Hackett y Frances Goodrich que, más tarde, también firmaron el guión de esta película. Con un reparto en el que destaca, por supuesto, el trabajo de Millie Perkins en el papel principal, pero que está muy bien secundada por nombres de prestigio como Shelley Winters, Lou Jacobi o la siempre estupenda Diane Baker, Stevens articula una película que resulta difícil de aguantar porque, en todo momento, se sabe el destino de Anna Frank y se va caminando por una estela que ella ya deja en su maravilloso diario del cual parte toda la historia.

Y es que, a veces, resulta incomprensible cómo la lucidez de alguien de tan poca edad llega a arrojar tanta claridad en un mundo que se empeña en ser aún más pequeño que ese que se creó en un diván con varias personas que iban a morir porque el ser humano aún no había aprendido a amar. Y quizá aún tengamos pendiente esa lección.

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