viernes, 21 de enero de 2022

EL ESPÍA HONESTO (2021), de Franziska Stünkel

 

La moral es un compañero incómodo si se trata de espiar. Más que nada porque es una profesión que puede incluir el chantaje, la instigación al asesinato, la destrucción de la vida de otros aunque no se acabe con su existencia y, desde luego, el exterminio de la inocencia que se instala en el pensamiento como que, en el fondo, es un servicio al Estado. Eso aún resulta más evidente y sangrante si ese Estado es totalitario, injusto y arbitrario como lo fue el de la República Democrática Alemana.

No es lo mismo dar clase que obligar a las personas a realizar determinados actos que irían en contra de las más elementales reglas de la moral. No es bueno que un futbolista de fama internacional decida cruzar el Muro y jugar para el Hamburgo. Eso, además de una deserción premeditada, es una propaganda traidora que no deja en muy buen lugar los principios del marxismo-leninismo. Lo mejor es extorsionar a un amigo cercano e inventarse, sin miramientos, una enfermedad. El resto es permitir que los acontecimientos se precipiten. Así, con personas que son conocidas, todo se convierte en un acto mutilador de la moral que, no lo olvidemos, para algunos es más importante que un automóvil de dos tiempos, un apartamento con balcón o la fría comodidad del progreso comunista que, por supuesto, se reserva a la élite.

Cuando se quiere dar marcha atrás, todo está emponzoñado. El chantaje se vuelve en contra, la amenaza permanece latente. Puede que no se realice una operación en cualquier hospital del pueblo. Puede que se insinúe la posibilidad de que el amor de tu vida sea tentado con el adulterio. Puede que los pájaros, sencillamente, dejen de volar. Entonces se empiezan a buscar razones en el fondo de una botella, aparecen los temblores, los nervios incontrolables…y todo el mundo sabe que un espía sin control acaba por ser un fracaso para los intereses del todopoderoso Estado.

Esta película tiene diversos problemas. Uno de ellos es que, en lugar de transitar los caminos del suspense y del peligro, apuesta decididamente por el drama personal y, de un modo algo prematuro, la historia se acaba. Todo el resto se reduce a la pena, al sufrimiento, a la injusticia sin conmiseración e, incluso, a la melancolía. También hay algún que otro cabo sin atar cuando son asuntos en los que se ha puesto cierto énfasis. Sin embargo, tiene una virtud indiscutible como es la interpretación, magistral, de Lars Eidinger en el papel protagonista, aguantando planos de importante duración para demostrar su dominio, pasando de la seriedad a las lágrimas sin trucaje posible y muy lejos de lo que habíamos visto de él en la notable El profesor de persa. La dirección de Franziska Stünkel es sobria, aunque algo descuidada en sus resoluciones intentando poner en pie una historia que, lejanamente, recuerda a una novela triste de John Le Carré, y la denuncia de un régimen que cometió auténticas barbaridades es evidente y sincera.

Hay que hablar al oído porque las paredes saben escuchar y, lo peor de todo, es que el secreto profesional debe ser respetado en cualquier circunstancia. Háganlo a la hora de recomendar esta película. Díganlo al oído, con pocas palabras, si es que sienten la necesidad de decirlo. Si no es así, acudan al silencio y traten de asimilar que esto ocurrió a principios de los años ochenta, poco antes de la caída del Telón de Acero. Cuando el Estado pronuncia la palabra “seguridad” la primera víctima, no lo olviden, siempre es la propia moral.

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