Uno de los grandes
males de la tercera edad es la sensación de convertirse en un trasto inútil,
que sólo estorba, viejo, que sólo puede esperar a la visitante inevitable.
Kotch es un anciano que no quiere ser atendido por una enfermera a la que se
paga para que le cuide, así que, cuando tiene que abandonar la casa de su hijo,
decide emprender un viaje. Tal vez, durante el camino, aprenda el verdadero
significado de la vida, de la vida ya vivida y de la que queda por vivir. Una
persona mayor aún puede prestar mucha ayuda y Kotch se aplica a ello porque eso
le da motivos para seguir adelante, para tener una ilusión. No se trata de
interferir, ni de dar opiniones, ni de revolotear alrededor de quien lo
necesite sólo para volcar el manojo de nervios que, muy a menudo, es la vejez.
Sólo se trata de hacer algo que realmente sea útil, práctico, verdadero y
preciso. Algo que salve. Algo que sea.
Es necesario pararse
durante un rato y observar a la gente que se ha hecho mayor y darse cuenta de
que, muchas veces, sólo hay que renovar su autoestima para que tengan una dosis
suplementaria de energía. Cierto, todo depende de la salud que arrastren…pero
hay muchas personas ancianas que poseen una buena forma física y mental y, aún
así, las condenamos porque no queremos dedicarles tiempo, no deseamos
molestarnos en estar pendientes de sus necesidades. Hay que adentrarse en el
terreno de los sentimientos para saber por dónde van sus pasos y eso, demasiado
a menudo, es el espantapájaros de nuestro ánimo porque, en el fondo,
arriesgamos algo de nuestra valía como personas y de nuestra desnudez en la
sensibilidad. La vida, ciertamente es complicada, y ninguno hemos elegido
vivirla, pero nunca debemos perder el corazón. Kotch va en busca del suyo y lo
tendrá tan grande que dejará a la altura de la humillación a todos los que, en
teoría, deberían haber cuidado de él.
La única película
dirigida por Jack Lemmon es un maravilloso equilibrio entre drama y comedia con
la inestimable colaboración de Walter Matthau en el papel protagonista. En
ella, podemos darnos cuenta del poder del espíritu humano para cambiar y hacer
cosas mejores de las que siempre hemos querido hacer. En el fondo, es un
pequeño tratado sobre qué hacer con nuestra existencia y dónde radica la
verdadera felicidad.
Kotch era un viajante y ha decidido usar toda su sabiduría para hacer sonreír a alguien más. Es un personaje conmovedor, que impresiona con su valentía y emociona con su ternura. En realidad, ellos, los mayores, son los únicos que poseen suficiente experiencia como para darnos lecciones. Aunque lo expresen como niños. Aunque su lógica nos parezca algo ausente y simple. Con un final inesperado, hay que acompañar al viejo Kotch en ese viaje, en ese deseo y en esa persecución de sueños pequeños que, al fin y al cabo, forman todo el objetivo de una vida. Y llega a ser algo apasionante.
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