viernes, 7 de enero de 2022

THE KINGSMAN: LA PRIMERA MISIÓN (2021), de Matthew Vaughn

 

Ya se sabe. Todos los eventos de la Historia están íntimamente conectados porque, en el fondo, forman parte de la misma conspiración. Lenin y Hitler son las dos caras de la misma moneda, auspiciada por aquellos que sólo aspiran a desestabilizar cualquier forma de equilibrio. Ésa es la palabra prohibida. Equilibrio. No puede haber paz. No puede haber un equilibrio de fuerzas. No puede haber equilibrio para una Humanidad que sólo merece caminar en falso por el abismo. Córteme una conspiración en el mejor sastre y luego métale la tijera como pueda, por favor.

Así que, llamados por la conciencia, hay que combatir esas conspiraciones que tratan sobre la Primera Guerra Mundial, la Revolución de Octubre, la entrada de los Estados Unidos en el escenario bélico internacional. Ninguna de ellas se puede evitar, pero sí terminan, aunque sólo sea para dar paso al siguiente conflicto. Detrás de ello, por supuesto, está la elegancia británica, con su paraguas, su bombín, su traje de corte clásico y elegante y el destino, que también se burla desde las trincheras. El resultado, además de una entretenida lección de Historia para jóvenes, es una película de cierta habilidad, con violencia extrema, pero no tan evidente como en sus dos anteriores entregas, y con el aliciente de ir reconociendo unas cuantas caras familiares según van apareciendo los distintos personajes históricos que ponen salsa a la ficción.

Aquí, Matthew Vaughn juega con mucha más clase que en la bastante infumable Kingsman: El círculo de oro y se sigue echando de menos a ese Colin Firth que encandilaba en Kingsman. Sin embargo, consigue una precuela de cierta gracia, con un esforzado Ralph Fiennes para describir lo que no es la primera misión de los hombres del corte impecable, sino la misión que dio origen a la creación de la sastrería, por llamarlo de alguna manera. Y los caballeros que sigan leyendo me van a disculpar que guarde un respetuoso silencio no sea que descubra los secretos de la raya diplomática.

Por supuesto, volviendo a lo que nos interesa, hay escenas que coquetean peligrosamente con el exceso, algún momento de humor realmente conseguido, pero, sobre todo, un sentido de la acción bastante más depurado aunque igualmente imposible dentro de una película que pasa de lo transgresor a lo conservador con una facilidad parecida al uso de un bastón. Traidores siempre han existido y, como unos acontecimientos están relacionados misteriosamente con otros, es necesario hilar muy fino y confiar estas cosas a los señores que se dedican a tales menesteres.

No olviden pasar la plancha y llevar los trajes a la tintorería. Gemma Arterton pone un punto de clase femenina muy atractivo y Djimon Honsou aporta cicatrices con sabiduría indígena y de servidumbre. Todo muy inglés. O muy ruso, depende de cómo se mire. Rasputín, además, no era ningún santo. Y los tres primitos que luego se convirtieron en reyes tienen su aquel. Quizá el deber cumplido sea el único camino para los que pueden creer que este mundo tiene alguna solución o, tal vez, vivamos en un torbellino que hace que unos hombres que visten ropa muy cara sean los elegidos para asegurar dos o tres libertades. Tampoco muchas más, no sea que luego nos acostumbremos a vivir bien o, lo que es peor, a pensar por nosotros mismos. La sisa me aprieta un poco, caballero. ¿Me corta una conspiración para ensancharla o vamos a la sala de patrones a discutirlo?

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