Hogan mantiene un
negocio de alquiler de apartamentos para señoritas sólo para estar listo para
morder la manzana. Al fin y al cabo, no deja de ser una tentación tener en la
puerta de enfrente a un puñado de chicas universitarias inocentes y simpáticas
dispuestas a ser cortejadas por un madurito que también se sabe unos cuantos
trucos. Sin embargo, a Hogan se le va a acabar el chollo. La chica que viene es
guapísima, pero tiene novio y, además, el novio se va a quedar a dormir en el
apartamento. Aunque con intenciones castas, eso sí. Hogan se entera y decide
que eso va a jugar a su favor. Ya se sabe, basta con rellenar algunos
resquicios para sacar el máximo provecho. El caso es que Hogan es rastrero,
tramposo, bastante insistente y algo prepotente, pero no es malo. No acepta un
no, pero no se rebela. Vuelve a insistir por otro medio. En el fondo, es
simpático, y no demasiado mala persona. La fama hace el resto y, claro, un
hombre soltero, que alquila apartamentos a jovencitas y está pendiente de ellas
algo más allá del deber de un patrón, no deja de ser sospechoso. Además, la
señora de la limpieza ha visto la cantidad de aparatos electrónicos impensables
que tiene en su cubículo para llevarse a las candidatas al huerto. Son tan ingeniosos
que llegan a ser ridículos. Si hasta hay tres violines mecánicos que funcionan
apretando un botón para que la más encantadora y envolvente de las melodías
haga su trabajo. El tío es un fiera. Y el jardinero le envidia. Siempre bajo la
mirada inquisitiva de su mujer, claro, que le conmina a cortar esquejes y
dejarse de copiar modos y maneras. Podaderas, amigo, podaderas.
Jack Lemmon, como
siempre, está eminente en la piel de este conquistador de tercera que agota
todos los recursos con su nueva inquilina, interpretada por Carol Linley. Con
equívocos, enredos, puertas que se abren y se cierran (a menudo, en el momento
más inoportuno en las dos direcciones), intentos frustrados, trampas grotescas
y diálogos supersónicos, la diversión está servida con cierta elegancia y con
indudable clase. No cabe duda de que la procedencia teatral de la película es
muy clara, pero, entre mirada brillante y carcajada, apenas se nota. Lemmon
consigue que rechacemos su personaje y, a la vez, desarrollemos una enorme empatía
hacia este individuo caradura y ventajista. Tal vez, porque Jack era un maestro
cogiendo el ritmo a la comedia y ésta lo tiene, aún con sus defectos debidos,
sobre todo, al paso del tiempo. Es una película con un indudable sabor a
Lemmon.
Así que Hogan tratará de abrir con su llave cualquier puerta que se cierre con tal de conseguir sus picantes objetivos. Por supuesto, se va a llevar su merecido y va a tener que bregar con unos cuantos enemigos dispuesto a aguarle la fiesta. Esta chica es espectacular, pero no va a caer en sus redes. Palabra de mujer. Y de eso se encarga la siempre excelente Edie Adams que también tiene algo que ver con Hogan. Aquí quien no corre, vuela. Y Hogan va a tener que correr, volar y caer.
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