Son tiempos de abrigos
largos y armas de fuego. El dinero corre a espuertas en los tapetes verdes de
las casas de juego ilegales y el negro domina cuando corren las apuestas.
Siempre habrá jugadores de ventaja cuando algún local despunta y lo que está
claro es que hay que salir de Harlem porque ya nada volverá a ser lo mismo. Lo
única condición es salir con clase, dejando un reguero de venganzas bien
tramadas contra aquellos que se han dedicado a imposibilitar el desarrollo de
un negocio que iba bien, que se limitaba a lo que mejor sabía hacer, que no
molestaba salvo por el dinero que generaba. Así que Quick y Sugar Ray van a
tener que tramar un plan para librarse de Bugsy Calhoun y de su esbirro con
placa, el teniente Cantone. Quizá no sea nada espectacular, que es lo que, de
alguna manera, se espera, pero va a ser enormemente rentable. Y va a dejar con
un par de narices a esos tipos. A uno, un poco chamuscado. Al otro, respirando
por tiempos. No está mal para despedirse de las noches de Harlem. No está mal
para empezar en cualquier otro sitio con la gente que jamás te volverá la
espalda.
Esta película fue
absolutamente masacrada por la crítica en el momento de su estreno, aunque no
tanto por el público. Y tiene varias virtudes y algún que otro defecto. Entre
las primeras podríamos citar su diseño de producción. Es lujoso, cuidado, muy
bien ambientado, con vestuario y decorados de primera clase. También tiene una
trama que, tal vez, debería acabar con más fuerza, pero que resulta más que
aceptable. Entre sus defectos, tiene uno y es bastante grande. Es el largo
episodio en el que sale Arsenio Hall desgastando lágrimas y balas.
Tremendamente ridículo, sin conectar para nada con el tono general del resto de
la película, rompe el ritmo y es excesivamente largo y, por supuesto,
prescindible. Un error mayúsculo, quizá atribuible a la inexperiencia de Eddie
Murphy tras las cámaras que, no obstante, maneja la planificación con cierta
soltura y sin salirse en ningún momento de la sobriedad. Es evidente que
tampoco se esforzó en demasía en la dirección de actores, destacando entre
todos ellos el tremendo trabajo que realiza Della Reese como la dueña del
prostíbulo que también ejerce de madre. La historia, por otro lado, es negra y
quiere ser ingeniosa y, con el tiempo, ha ido reivindicándose como un ejercicio
de cierto valor a pesar de su penoso estreno a finales de los ochenta.
Así que es el tiempo de unirse a estos granujas de cierta inteligencia y estilo. Quick (Eddie Murphy) y Sugar Ray (un inusualmente comedido Richard Pryor) dejarán unas cuantas propinas en su ajuste de cuentas, levantarán alguna que otra polvareda a su paso por las calles en las que siempre parece ser de noche y se darán cuenta de que, detrás de cada sonrisa, hay un engaño con el que hay que tener mucho cuidado. El arma en la pistolera. El dinero en el bolsillo. La clase en el sombrero. Y Harlem como testigo.
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