viernes, 8 de julio de 2022

NOCHES DE HARLEM (1989), de Eddie Murphy

 

Son tiempos de abrigos largos y armas de fuego. El dinero corre a espuertas en los tapetes verdes de las casas de juego ilegales y el negro domina cuando corren las apuestas. Siempre habrá jugadores de ventaja cuando algún local despunta y lo que está claro es que hay que salir de Harlem porque ya nada volverá a ser lo mismo. Lo única condición es salir con clase, dejando un reguero de venganzas bien tramadas contra aquellos que se han dedicado a imposibilitar el desarrollo de un negocio que iba bien, que se limitaba a lo que mejor sabía hacer, que no molestaba salvo por el dinero que generaba. Así que Quick y Sugar Ray van a tener que tramar un plan para librarse de Bugsy Calhoun y de su esbirro con placa, el teniente Cantone. Quizá no sea nada espectacular, que es lo que, de alguna manera, se espera, pero va a ser enormemente rentable. Y va a dejar con un par de narices a esos tipos. A uno, un poco chamuscado. Al otro, respirando por tiempos. No está mal para despedirse de las noches de Harlem. No está mal para empezar en cualquier otro sitio con la gente que jamás te volverá la espalda.

Esta película fue absolutamente masacrada por la crítica en el momento de su estreno, aunque no tanto por el público. Y tiene varias virtudes y algún que otro defecto. Entre las primeras podríamos citar su diseño de producción. Es lujoso, cuidado, muy bien ambientado, con vestuario y decorados de primera clase. También tiene una trama que, tal vez, debería acabar con más fuerza, pero que resulta más que aceptable. Entre sus defectos, tiene uno y es bastante grande. Es el largo episodio en el que sale Arsenio Hall desgastando lágrimas y balas. Tremendamente ridículo, sin conectar para nada con el tono general del resto de la película, rompe el ritmo y es excesivamente largo y, por supuesto, prescindible. Un error mayúsculo, quizá atribuible a la inexperiencia de Eddie Murphy tras las cámaras que, no obstante, maneja la planificación con cierta soltura y sin salirse en ningún momento de la sobriedad. Es evidente que tampoco se esforzó en demasía en la dirección de actores, destacando entre todos ellos el tremendo trabajo que realiza Della Reese como la dueña del prostíbulo que también ejerce de madre. La historia, por otro lado, es negra y quiere ser ingeniosa y, con el tiempo, ha ido reivindicándose como un ejercicio de cierto valor a pesar de su penoso estreno a finales de los ochenta.

Así que es el tiempo de unirse a estos granujas de cierta inteligencia y estilo. Quick (Eddie Murphy) y Sugar Ray (un inusualmente comedido Richard Pryor) dejarán unas cuantas propinas en su ajuste de cuentas, levantarán alguna que otra polvareda a su paso por las calles en las que siempre parece ser de noche y se darán cuenta de que, detrás de cada sonrisa, hay un engaño con el que hay que tener mucho cuidado. El arma en la pistolera. El dinero en el bolsillo. La clase en el sombrero. Y Harlem como testigo.

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