jueves, 14 de julio de 2022

THOR: LOVE AND THUNDER (2022), de Taika Waititi

 

Los Dioses deben estar locos porque, en lugar de ocuparse de arreglar el desaguisado que han formado con sus caprichos y veleidades que no han causado más que confusiones y desastres, se entretienen en hacer chistes y soltar frases solemnes en plan burlesco, como si eso, de alguna manera, los acercase un poco más al caótico mundo de los mortales. Un dios puede enamorarse, ya se sabe. Puede abandonarse hasta crear una barriga legendaria. Incluso puede tener problemas de afecto ya que si no se hacen realidad los deseos pasan a ser malvados. Y, por supuesto, deben hacer gala de un sentido del humor que, en muchas ocasiones, es bastante discutible.

Y ése es uno de los grandes defectos de este acercamiento al dios del trueno por parte del director y guionista Taika Waititi. Sí, no cabe duda. Al susodicho le gusta no tomarse demasiado en serio mientras profundiza en una de sus obsesiones favoritas como es el mundo de la infancia con sus ídolos intocables y sus poderes nacidos directamente de la fuente inagotable de la ingenuidad. Sin embargo, la historia de super-héroes-dioses se desdibuja un tanto si todo se dirige a esperar el próximo chiste. No es suficiente con esa falsa trascendencia que parece flotar durante toda la historia para desembocar en una moraleja sobre el amor o, en el peor de los casos, sobre la falta de él. Waititi pone aventura, pero no es seria. Pone dilemas morales que, al momento, son desechados por ese afán casi enfermizo de bajar a los dioses de los pedestales. Pone alguna que otra idea que no acaba de estar mal sin llegar, en ningún momento, a la genialidad. Y cuenta con apariciones especiales como la de Russell Crowe en la piel de Zeus (ya se sabe, aquel dios al que no le gustaba que le cabreasen o metía uno de sus rayos por donde amargan los pepinos), Matt Damon en una caracterización que, en teoría, es graciosa, o Chris Pratt y su pandilla de guerreros de la galaxia cuya única razón es soltar paridas a troche y moche.

El conjunto se resiente porque parece que el objetivo del director es realizar una especie de cómic cómico, aunque rescate a Natalie Portman para hacer más llevadero el intento. O, para los más marginales, ponga a Christian Bale de malo malísimo, maquillado maquilladísimo para asistir, una vez más, a la evidencia de que es un actor al que se le ven los engranajes hasta las ruedas dentadas (y nunca mejor dicho en esta ocasión). Mientras tanto, búsquedas, personajes que, mirados con cierta frialdad, no aportan absolutamente nada a pesar de que disfrutan de sus ratos importantes, desafíos a la muerte, perplejidades a mogollón, niños con cierto aire al secuestro colectivo de Indiana Jones y el templo maldito y final abierto para que Thor tenga la oportunidad de resarcirse en un próximo episodio de la serie Marvel. Ah, sí, y concedamos con magnanimidad divina que hay dos o tres bobadas que provocan alguna que otra risilla murmurada.

Así que nada. Para mentes de tres o cuatro sobre diez será un rato estupendo. Si el coeficiente es algo superior el tema es preclaro y bastante tonto. Mientras tanto, dudaremos si quedarnos con el martillo o con el hacha porque los destinos divinos puedan dar bandazos humanos y no se puede hacer todo desde ahí arriba. Al fin y al cabo, como todo el mundo sabe, Thor es un héroe que tiene mucha gracia. Ya se lo dijo el Hombre de Hierro en uno de los episodios de Los vengadores: “¿Sabe vuestra madre que os vestís con sus ropajes?”. El resto ya se lo pueden imaginar en esta época de inclusiones forzosas y forzadas para no dejar de ser en ningún momento políticamente correcto y obligadamente mediocre, no sea que alguien pueda llegar a ofenderse.

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