jueves, 29 de junio de 2023

GLENDA JACKSON: AL INFIERNO CON TODO

 

Fue una actriz segura, valiente, que hizo de la naturalidad, un sello; y de la desinhibición, una rúbrica. Sus personajes siempre tuvieron una extraña doblez psicológica que hizo que, tal vez, no fuera demasiado valorada en la comedia, pero era una excelente intérprete en todos los terrenos. Atraída por la política desde muy joven, al final mandó todo al infierno porque, sin ambages, llegó a decir que su carrera le importaba un comino. La perdimos como actriz hace mucho, aunque ya estaba haciendo alguna actuación para matar las ganas y ofrecer un par de lecciones. Aún así, Glenda Jackson merece estar en el cielo de las mejores.

Contemporánea del free cinema británico, sus inicios se mueven entre los máximos representantes de esa generación y ya aparece muy brevemente en El ingenuo salvaje, de Lindsay Anderson. Actriz de teatro de raza, obtiene un importante éxito con el revolucionario montaje de Peter Brook en Marat-Sade y, cuando el director decidió traspasar ese mismo montaje al cine, no duda en llamarla para interpretar el papel protagonista de Charlotte Corday, la mujer que asesinó a Jean Pierre Marat, en esa representación maquiavélica que el Marqués de Sade pone en marcha en un asilo de locos para la hipócrita aristocracia francesa.

El éxito internacional llega en 1969 cuando se decide a aceptar el papel protagonista de Mujeres enamoradas, de Ken Russell, al lado de Alan Bates y Oliver Reed. Basada en el relato de D.H. Lawrence, Glenda Jackson compone un personaje complejo, al borde de la ninfomanía que, sin embargo, halla el amor de una forma abrupta. La película, probablemente debido a la inadecuada dirección de Russell, ha caído en un lastimoso olvido, pero Jackson consiguió el Oscar a la mejor actriz en aquel año.

Su siguiente película también resulta impactante. Se trata de La pasión de vivir, otra vez con Ken Russell, biografía del compositor Tchaikovsky, interpretado por Richard Chamberlain, que se centra en sus conflictivas relaciones con su mujer, papel que asume Jackson, sobre todo por causa de la homosexualidad del compositor. La vida en pareja, Russell la describe casi como una pesadilla algo lisérgica, en la que el sexo juega un papel fundamental entre ellos. Nuevamente lastrada por esa dirección algo desquiciada y mareante de Russell, la interpretación de los dos protagonistas resulta brillante.

Vuelve a los terrenos del free cinema con Domingo, maldito domingo, al lado de Peter Finch, para ser una de los principales personajes de un triángulo amoroso que, como siempre, se mueve entre la seguridad y la aventura. La dirección de John Schlesinger, mucho más sobria que las anteriores películas de Ken Russell, hacen de la película un compendio de emociones muy interesante en la que destaca, en un pequeño papel, el debut de un jovencísimo actor de nombre Daniel Day Lewis.

El duelo interpretativo estaba sobre el celuloide cuando aceptó interpretar por primera vez a la Reina Isabel I de Inglaterra frente a Vanessa Redgrave en María, reina de Escocia. Dos grandísimas damas del cine y del teatro británico enfrentadas en una lucha de poder y afecto que termina en tragedia según las letras de Friedrich Schiller. El prestigio de Glenda Jackson no hacía más que crecer por su impresionante capacidad dramática saliendo, incluso, victoriosa del duelo con Redgrave.

En 1973 vuelve a ganar otro Oscar a la mejor actriz por su papel en la leve comedia Un toque de distinción, al lado de George Segal y bajo la dirección de Melvin Frank. Ácida y crítica, la descripción de un adulterio en la costa de Málaga tiene situaciones francamente divertidas aunque también camina peligrosamente en el abismo del melodrama. La película fue todo un éxito que afianzó la figura de Glenda Jackson en el mercado norteamericano.

En 1975 es el vértice de otro triángulo amoroso formado por ella, Michael Caine y Helmut Berger en Una inglesa romántica, de Joseph Losey. Matrimonio aburrido de clase muy acomodada acoge a un joven que se enamora locamente de la mujer y ella va de uno a otro según su estado de ánimo. Interesante película de Losey, algo lastrada por la estética de la época, pero con interpretaciones muy medidas de los tres protagonistas.

Se intenta reeditar el éxito con George Segal con Un toque con más clase, decantándose por un tono mucho más cómico, pero la fórmula no tiene el éxito de la primera, quizá, porque han transcurrido seis años y la mirada sobre la pareja ha cambiado notablemente en la sociedad.

Aún es capaz de interpretar una comedia muy desenfadada al lado de Walter Matthau en Un enredo para dos, en la piel de la mujer de un espía de la CIA que amenaza con publicar sus memorias y contarlo absolutamente todo tras su jubilación. Divertida y ligera, a través de toda Europa, Glenda Jackson parece mirar a un cine algo menos trascendente.

El retorno del soldado, basándose en la novela de Rebecca West, le ofrece la oportunidad de coincidir y batirse en duelo con Julie Christie y Ann Margret y se pone a las órdenes de John Irvin para trabajar junto a Ben Kingsley en Diario de una tortuga, basada en la novela de Harold Pinter. Hace una incursión extrañísima en una supuesta comedia de Robert Altman al lado de Jeff Goldblum titulada Tres en un diván, de muy escasa repercusión y después de interpretar una película olvidable como Chantaje a una esposa y de intervenir en varios episodios de diversas series televisivas, Glenda Jackson anunció que dejaba el cine para dedicarse exclusivamente a la política.

Ya había intervenido en varias iniciativas a través del Partido Laborista y llegó a ser nombrada Concejal de Transportes de la ciudad de Londres. Siempre creyó que se podía hacer más por la gente desde el despacho de un organismo oficial que desde un escenario y, por eso, sacrificó su carrera, esa misma que, en estudio y esfuerzo, tanto le había costado ganar, para dedicar su vida al interés público. Sólo ella sabe si mereció la pena.

En cualquier caso, Glenda Jackson fue una de esas actrices que no tuvo miedo a ningún papel. Miró a sus personajes de frente e, incluso con una mirada reprobatoria, se hizo dueña de ellos con elegancia, con muchísimos recursos y con convicción. No cabe duda de que, desde los escenarios, también hizo mucho por todos nosotros.

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