Fue una actriz segura,
valiente, que hizo de la naturalidad, un sello; y de la desinhibición, una
rúbrica. Sus personajes siempre tuvieron una extraña doblez psicológica que
hizo que, tal vez, no fuera demasiado valorada en la comedia, pero era una
excelente intérprete en todos los terrenos. Atraída por la política desde muy
joven, al final mandó todo al infierno porque, sin ambages, llegó a decir que
su carrera le importaba un comino. La perdimos como actriz hace mucho, aunque
ya estaba haciendo alguna actuación para matar las ganas y ofrecer un par de
lecciones. Aún así, Glenda Jackson merece estar en el cielo de las mejores.
Contemporánea del free cinema británico, sus inicios se
mueven entre los máximos representantes de esa generación y ya aparece muy
brevemente en El ingenuo salvaje, de
Lindsay Anderson. Actriz de teatro de raza, obtiene un importante éxito con el
revolucionario montaje de Peter Brook en Marat-Sade
y, cuando el director decidió traspasar ese mismo montaje al cine, no duda en
llamarla para interpretar el papel protagonista de Charlotte Corday, la mujer
que asesinó a Jean Pierre Marat, en esa representación maquiavélica que el
Marqués de Sade pone en marcha en un asilo de locos para la hipócrita aristocracia
francesa.
El éxito internacional
llega en 1969 cuando se decide a aceptar el papel protagonista de Mujeres enamoradas, de Ken Russell, al
lado de Alan Bates y Oliver Reed. Basada en el relato de D.H. Lawrence, Glenda
Jackson compone un personaje complejo, al borde de la ninfomanía que, sin
embargo, halla el amor de una forma abrupta. La película, probablemente debido
a la inadecuada dirección de Russell, ha caído en un lastimoso olvido, pero
Jackson consiguió el Oscar a la mejor actriz en aquel año.
Su siguiente película
también resulta impactante. Se trata de La
pasión de vivir, otra vez con Ken Russell, biografía del compositor
Tchaikovsky, interpretado por Richard Chamberlain, que se centra en sus
conflictivas relaciones con su mujer, papel que asume Jackson, sobre todo por
causa de la homosexualidad del compositor. La vida en pareja, Russell la
describe casi como una pesadilla algo lisérgica, en la que el sexo juega un
papel fundamental entre ellos. Nuevamente lastrada por esa dirección algo
desquiciada y mareante de Russell, la interpretación de los dos protagonistas
resulta brillante.
Vuelve a los terrenos
del free cinema con Domingo, maldito domingo, al lado de
Peter Finch, para ser una de los principales personajes de un triángulo amoroso
que, como siempre, se mueve entre la seguridad y la aventura. La dirección de
John Schlesinger, mucho más sobria que las anteriores películas de Ken Russell,
hacen de la película un compendio de emociones muy interesante en la que
destaca, en un pequeño papel, el debut de un jovencísimo actor de nombre Daniel
Day Lewis.
El duelo interpretativo
estaba sobre el celuloide cuando aceptó interpretar por primera vez a la Reina
Isabel I de Inglaterra frente a Vanessa Redgrave en María, reina de Escocia. Dos grandísimas damas del cine y del
teatro británico enfrentadas en una lucha de poder y afecto que termina en
tragedia según las letras de Friedrich Schiller. El prestigio de Glenda Jackson
no hacía más que crecer por su impresionante capacidad dramática saliendo,
incluso, victoriosa del duelo con Redgrave.
En 1973 vuelve a ganar
otro Oscar a la mejor actriz por su papel en la leve comedia Un toque de distinción, al lado de
George Segal y bajo la dirección de Melvin Frank. Ácida y crítica, la
descripción de un adulterio en la costa de Málaga tiene situaciones francamente
divertidas aunque también camina peligrosamente en el abismo del melodrama. La
película fue todo un éxito que afianzó la figura de Glenda Jackson en el
mercado norteamericano.
En 1975 es el vértice
de otro triángulo amoroso formado por ella, Michael Caine y Helmut Berger en Una inglesa romántica, de Joseph Losey.
Matrimonio aburrido de clase muy acomodada acoge a un joven que se enamora
locamente de la mujer y ella va de uno a otro según su estado de ánimo. Interesante
película de Losey, algo lastrada por la estética de la época, pero con
interpretaciones muy medidas de los tres protagonistas.
Se intenta reeditar el
éxito con George Segal con Un toque con
más clase, decantándose por un tono mucho más cómico, pero la fórmula no
tiene el éxito de la primera, quizá, porque han transcurrido seis años y la
mirada sobre la pareja ha cambiado notablemente en la sociedad.
Aún es capaz de
interpretar una comedia muy desenfadada al lado de Walter Matthau en Un enredo para dos, en la piel de la
mujer de un espía de la CIA que amenaza con publicar sus memorias y contarlo
absolutamente todo tras su jubilación. Divertida y ligera, a través de toda
Europa, Glenda Jackson parece mirar a un cine algo menos trascendente.
El
retorno del soldado, basándose en la novela de Rebecca West,
le ofrece la oportunidad de coincidir y batirse en duelo con Julie Christie y
Ann Margret y se pone a las órdenes de John Irvin para trabajar junto a Ben
Kingsley en Diario de una tortuga,
basada en la novela de Harold Pinter. Hace una incursión extrañísima en una
supuesta comedia de Robert Altman al lado de Jeff Goldblum titulada Tres en un diván, de muy escasa
repercusión y después de interpretar una película olvidable como Chantaje a una esposa y de intervenir en
varios episodios de diversas series televisivas, Glenda Jackson anunció que
dejaba el cine para dedicarse exclusivamente a la política.
Ya había intervenido en
varias iniciativas a través del Partido Laborista y llegó a ser nombrada
Concejal de Transportes de la ciudad de Londres. Siempre creyó que se podía
hacer más por la gente desde el despacho de un organismo oficial que desde un
escenario y, por eso, sacrificó su carrera, esa misma que, en estudio y
esfuerzo, tanto le había costado ganar, para dedicar su vida al interés
público. Sólo ella sabe si mereció la pena.
En cualquier caso, Glenda Jackson fue una de esas actrices que no tuvo miedo a ningún papel. Miró a sus personajes de frente e, incluso con una mirada reprobatoria, se hizo dueña de ellos con elegancia, con muchísimos recursos y con convicción. No cabe duda de que, desde los escenarios, también hizo mucho por todos nosotros.
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