miércoles, 22 de octubre de 2025

MISÁNTROPO (2023), de Damián Szifron

 

Un individuo se sube a un rascacielos y comienza a disparar indiscriminadamente a todo el que pasa por delante de su mirilla. Los blancos son perfectos. Es como si fuera un francotirador de élite eliminando parte de la basura que lo cerca a sus pies. Casi treinta muertos. Todos de un solo disparo. El FBI está desconcertado. Por eso, el agente encargado de la investigación intuye que hay una agente de policía local que podría ayudarles con el caso. Ella, en el fondo, tampoco se lleva muy bien con el resto de la Humanidad. Es como si, en todo momento, quisiera demostrar algo. Es irregular reclutar para el FBI a una simple agente de policía sin estudios, pero haciendo la típica trampa de hacerle desempeñar sobre el papel a un enlace entre los federales y los locales, ella se une al equipo.

Y, sin duda, la chica tiene dedicación. Ella proviene de la noche ingrata, de la ciudad más sucia, del rechazo. Igual que el asesino, que parece que ha desarrollado un odio hacia el resto de la condición humana que desahoga con disparos. Es así de sencillo. Es un individuo que ya está harto de los demás. No ha tenido facilidades. Sus sueños no se han cumplido. Ha sido rechazado allá por donde ha ido. Sólo ha tenido el refugio temporal de la casa familiar en una granja en medio de la nieve. Por eso, los disparos son tan secos, tan únicos, tan inesperados. Muerte a todos. ¿Qué os hace creer que merecéis más que yo la vida?

La primera aventura americana del director Damián Szifron se revela como bastante aceptable, con un argumento policíaco de cierto interés al establecer ese paralelismo, salvando las distancias, entre el asesino y la agente encargada de saber qué es lo que se esconde tras la psicopatía del francotirador. Shallene Woodley da el tipo para encarnarla porque es una actriz que destila una mirada inteligente y, al mismo tiempo, se pueden intuir las cicatrices de que se hacen cada vez más profundas en un alma que se niega a mostrar. Por otro lado, es muy interesante el retrato que realiza Ben Mendehlsson en la piel del agente del FBI encargado, en un notable ejemplo de insertar la homosexualidad en la vida ordinaria de uno de los protagonistas sin que en ningún momento se advierta ningún elemento forzado. Sólo quizá al final, Szifron se recrea un poco en algo que debería terminar con más síntesis lo cual podría haber guardado una mayor dosis de agresividad repentina. Es algo alargado. Puede que demasiadas explicaciones para unir los sentimientos de cazadora y cazado.

Así que es el momento de seguir paso a paso la investigación que se realiza en torno a ese francotirador de formación paramilitar, que sólo ha obtenido las miradas de falsa seguridad de todos aquellos a los que ha conocido. Y, al mismo tiempo, también hay que situarse detrás de esa policía que ha querido serlo para enderezar una vida que tenía demasiado torcida siendo, quizá, un embrión que, de no haber dado un volantazo en su vida, habría subido a una torre y hubiera disparado a unos cuantos transeúntes.

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