Hacer un espectáculo es fácil
cuando se quiere llamar la atención. Basta con convertir un musical amable,
entretenido, con bailarines competentes aunque quizá ya un poco en el declive
en un Fausto moderno. Así no solo se
va a llamar la atención sino que lo que va a llamar la atención de verdad es el
fracaso que se va a estampar en la cara de todos los que pertenecen a la
compañía. Eso no es entretenimiento, es solo intentar poner una pátina de falsa
cultura a algo que, ya de por sí, la tiene. Y si no que se lo pregunten a esos
zapatos brillantes que ponen una melodía en el corazón, o a ese andén de tren
que sirve de alfombra para ir desgranando las bondades por uno mismo. Hay que
reformarlo todo para que el musical cale en las sonrisas, que la gente salga
diciendo que se lo ha pasado realmente bien, que se ha visto algo que no se ha
visto nunca antes. Basta con poner a Cyd Charisse al lado de Fred Astaire y
hacer que, por detrás, anden tripletes de la categoría de Oscar Levant, Jack
Buchanan o Nanette Fabray. Y, por supuesto, introducir alguno de esos números
de bastón y chistera para que algunos cambios sean hechos. Claro que lo más
fuerte, lo más increíble, lo que te deja realmente con la boca abierta está al
final. Es una película dentro de una película. Es un homenaje al verdadero cine
negro. Es la certeza de que una ráfaga de ametralladora también es una melodía
de luz, color y baile.
Y es que no es fácil ser un
detective bailarín en una ciudad llena de humo, de oscuridades y de
tentaciones. Una rubia que simboliza la inocencia y una morena que está vestida
con el pecado. Los cuerpos se desplazan, los ambientes se suceden, los
conjuntos se retuercen y entonces ahí sí que tenemos a un verdadero Fausto moderno, con homenajes a Laura, de Preminger o a El abrazo de la muerte, de Siodmak. Es
ella haciéndonos ver que la belleza se desplaza con gracia y ternura y arte por
el espacio en un inevitable paso a dos con el aire. Es él demostrando que la
elegancia también se esconde debajo de los sombreros de ala ancha y de las
conclusiones de un tipo que guarda la pistola justo al lado del corazón. Y es
entonces, en medio de un club nocturno, cuando los pies comienzan a bailar al
son de un musical que no puede pasar desapercibido porque sus canciones son
parte de nuestra oscuridad y de nuestro deseo, porque sus bailes son haces de
luz que nos llevan en volandas hacia el júbilo inmortal, porque sus sonrisas se
convierten en el decorado de nuestro instante y tenemos la certeza de que
nosotros también formamos parte del espectáculo, que bailamos tan
inigualablemente como ellos y que hay algo, casi imperceptible, que nos dice
que aquello no está ensayado, que simplemente se juntan y bailan y cantan para
hacer que la eternidad esté ahí, delante de nosotros, explicándonos cómo se
hace un buen musical que llama mucho más la atención por otras razones.
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