Archibaldo de la Cruz
tiene un trauma. Y no es baladí. Quiere ser un asesino en serie de tronío y no
le sale demasiado bien. Todo empezó en su casa, con aquella cajita de música
que parecía encerrar los misterios de los deseos del Archibaldo más niño y que
hizo que se librara de aquella institutriz a la que mató una bala perdida
mientras sonaba la musiquita en cuestión. Y además fue la primera mujer a la
que le vio las ligas. Y, claro, pues el sexo y el crimen parece que tienen una
unión indisoluble dentro de la mente del pobre Archibaldo. Sí, porque se cree
culpable aunque no ha matado a nadie. Y el comisario, pobre hombre, le dice que
no puede encerrar a la gente por el mero hecho de querer matar a alguien
porque, si no, tendría a media Humanidad entre rejas. Porque las confesiones
son muy peliagudas. En muchas ocasiones, se mezcla realidad y ficción así como
sin querer y, la verdad, resulta muy farragoso intentar separar la una de la
otra. ¿Quiere usted matar? Mate. ¿Sueña usted con matar? No mate. Pero el verbo
tiene que estar claro. Y el motivo, prístino. Si quiere usted que sea
económico, adelante, pero lo va a tener que demostrar. Y más aún si su afición
es hacer cerámica con maniquíes. No, Archibaldo, va a tener que curarse de sus
traumas en otra parte. Esto es la justicia y actúa siempre después, no antes.
Mal que nos pese.
La misoginia parece que
es una de las obsesiones que asedian a Archibaldo, pero lo gracioso es que
nunca ejecuta sus fantasías. Todo ocurre a un nivel por debajo de lo
psicológico porque Buñuel, además de reírse de la burguesía y de sus tontos
caprichos malcriados, también se recrea en la surrealista vida de este pobre
hombre que, al fin y al cabo, de lo que se queja es de no alcanzar ninguno de
sus sueños. Quizá don Luis sabía que todo era demasiado cruel como para reírse
de ello y, sin embargo, en alguna ocasión nos arranca esa carcajada. Más que
nada porque es difícil ver a un no-asesino tan torpe como el ínclito de la
Cruz. En la cajita de música está encerrada su virilidad, su poder y su falso
dominio sobre las mujeres. Sí, porque en realidad, esa misoginia que parece tan
cultivada y tan elaborada no es más que la excusa perfecta para ser dominado. Y
así, como quien no quiere la cosa, Buñuel llega a un acuerdo con el espectador.
Usted relájese, no forje opiniones, no crea que aquí se odia a las mujeres. Más
bien es al contrario, por muy irritantes que sean, no mueren. El que merece
todo el desprecio es ese justiciero de la conciencia que se llama Archibaldo de
la Cruz y que, en el fondo, es un perdedor como una casa colonial. Y, sobre
todo y ante todo, quédense con eso que dice el potencial asesino: “Nuestra memoria es nuestra coherencia,
nuestra razón, nuestro sentimiento e, incluso, nuestra acción”. A partir de
aquí decidan si quieren ser amantes y devotos esposos y esposas o asesinos en
serie aupados por la premura de sus deseos.
6 comentarios:
Pues no deja de tener su conexión el post que has colgado hoy en el gus y en tu blog. Tanto Tanto "El honor de los Prizzi" como "Archibaldo de la Cruz" son dos piezas maestras de ese humor socarrón del que, cada uno a su modo, solían hacer gala Huston y Buñuel. Dos autores que se lo podían tomar todo muy en serio si querían, pero si se lo proponían también podían hacer coñas como estas.
Quizá sea una reflexión todo a cien algo pillada por los pelos. Huston, Buñuel, qué mas da. ¡Viva el cine¡ ¡Vivan los maestros¡¡
Abrazos en llamas
Yo es que creo que uno de los sellos distintivos de la genialidad es que, de vez en cuando, ponen en juego su sentido del humor. A veces, aciertan, otras, no. Y además hay un elemento en común que tú nombras acertadamente: la socarronería. Todos estos grandes realizadores que han hecho obras mayúsculas, cuando tratan de hacer algo parecido a la comedia (casi siempre bastante negra), apuestan por lo socarrón o por lo irónico. Truffaut lo hizo, Ford lo hizo, Huston lo hizo, Buñuel lo hizo, Mankiewicz lo hizo...y así podría seguir hasta el infinito. Quizá, para ser un gran director, hace falta tener sentido del humor (aunque bien pensado, Bergman podría ser la excepción).
Abrazos con el maniquí.
Corrígeme si me equivoco. El título no se me olvidó por lo chocante de la cosa, pero creo que "Una lección de amor" de la primera época de Herr Ingmar es lo más parecido a una "screwball" que te puedes encontrar en el cine sueco. Con un humor muy sueco, eso sí.
Abrazos escandinavos
Pues aunque sea un Bergman antes de Bergman, tienes toda la razón del mundo y más. Eso no hace más que confirmar lo que decimos. ¿Cambiamos la excepción a Visconti?
Abrazos humorísticos.
No me tientes porque acabamos en Tarkovsky y ya me contarás...
Abrazos soviéticos
Bueno, es que Tarkovsky tiene ocho peliculas y nada más. Quizá no le dio tiempo. Bien es verdad que Kubrick tiene trece y aún le dio tiempo a "Teléfono rojo". Estos europeos tan seriotes...
Abrazos sobre la bomba.
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