martes, 21 de enero de 2020

FAT CITY (1972), de John Huston



El vaivén del viento determina que algunas carreras declinen y otras asciendan. El mundo real puede llegar a ser tan duro como un piso de lona y los golpes siguen cayendo sin cesar. Quizá la misma naturaleza sea la encargada de tirar hacia el fracaso porque intentar construir una vida más allá de las cuerdas siempre es complicado. Por otro lado, los sueños siguen intactos en las caras vírgenes, ausentes de cicatrices y heridas, y el reflejo de esa imagen hace que aún crean que la gloria está al alcance. En realidad, sólo unos pocos llegan a ella. Como en todos los deportes. Y más aún si se trata de dar puñetazos en combates que, en determinado momento, parece que no tienen fin. Los rostros se suceden, las pieles se abren, los ojos se cierran, los sudores salpican y las cuentas acaban. Siguiente pelea. Siguiente derrota. Aunque se gane.
Sin embargo, estos personajes que se mueven entre guantes no tienen conciencia de que son auténticos perdedores. Reiteran sus sueños como si fueran, tal vez, el último clavo ardiendo al que se pueden agarrar ignorando que ya han empezado a caer. Se rinden todos los días y, eso no se puede negar, vuelven a luchar. Porque, para ellos, el que pierde no es el que espera en la lona, sino el que no se puede levantar. La victoria está allí, a la vuelta de la esquina, y nunca se muestra. Es como una chica a la que persigues durante toda la vida y acaba por desilusionarte. Al final, ya da igual ganar o perder. Sólo resistir tiene algún sentido.
Al fondo, una ciudad triste, gastada, con sus tristes tabernas, sus sucios restaurantes, sus ínfimos cubículos para vivir con la cocina integrada en la estancia. No hay demasiado sitio para la esperanza. Y si asoma la cabeza, no irá muy lejos. La carne se irá cayendo a trozos, y la moral se dejó en algún lugar en la cuenta hasta diez.
John Huston dirigió esta película de perdedores, no fracasados, con cariño y astucia hacia estos personajes que se pierden en una vida que no ofrece nada. Stacy Keach, quizá, realizó el papel de su carrera y Jeff Bridges ya aparecía como una promesa dando ese entusiasmo que apisona el declive del viejo boxeador. Hay que pelear, pelear y nada más. Sin esperar la recompensa del brazo en alto, sin ambicionar una gran bolsa por salir con las cejas reventadas y el ánimo derrengado. Y no, no es una película sobre boxeo, sino sobre gente que boxea. Y también un tratado sobre la valentía. Es una mirada sobre vidas que no funcionan, pero que es todo lo que se tiene. Más allá de eso, sólo está la aparente felicidad ajena, las gotas de sangre en las toallas, la falta de respiración, el brillante sudor bajo los focos que nunca enmarcan el triunfo y la sensación de que, esta vez sí, habrá un último puñetazo en el pómulo que hará que todo acabe por ser una pesadilla que mereció la pena.

4 comentarios:

dexterzgz dijo...

La verdad que me has pillado. Estuvimos hablando la semana pasada de este post, y creía que ibas a tardar más en colgarlo y me daría tiempo a revisarla antes. De todas formas, me ha gustado siempre esta película y las sensaciones que deja cuando la ves. Es una película tristísima pero también quizá por ello, muy sincera, tal vez de las películas más honestas que he encontrado en el cine americano. Es una balada country llevada al cine.

Me gusta eso de que "no es una película de boxeo sino de gente que boxea". No es una película de boxeo o al menos no tiene la típica estructura de las películas de boxeo. Creo que en su afán de retratar personajes, Huston es uno de los directores americanos - y no americanos, qué caray- que más supo acercarse a la realidad del alma humana. Como decía Carpet el otro día, nos podemos quedar boquiabiertos con el virtuosismo de Ford, de Welles o de Kubrick, pero la capacidad de traspasar la pantalla con sus personajes que tiene Huston - cuando quiere- la tienen muy pocos.

Abrazos mordiendo la lona

César Bardés dijo...

Sin duda, hay que verla con moral porque la película te deja el ánimo bastante arrasado. Cierto es que hace gala de una sinceridad muy poco común y que Huston, a veces y no es el caso, parecía dirigir como con desgana (en los setenta, su rumbo es bastante errático aunque tenga acierto incontestables como "El hombre que pudo reinar"). Yo creo que era un hombre que sabía muy bien lo que era la Humanidad y las características del ser humano las dominaba completamente. Era uno de los más grandes. Y cuando se ponía (y se notaba que le gustaba una historia) era capaz de sacar petróleo de una historia de perdedores y de fracasados que, sencillamente, llegaban al final del camino.
Me alegro de que te haya gustado. Cuando revises la película, ya me dices.
Abrazos K.O.

carpet_wally@gmail.com dijo...

Yo también haré por revisarla, aunque de mis recuerdos (la vi hace muuuucho tiempo) no creo recordar que me dejara con el ánimo arrasado. Recuerdo que la triste historia de perdedores es mucho más agria y desesperanzada de lo habitual en Huston (y eso es decir mucho), pero el cariño del director hacia sus personajes hace que encuentres mucha vida en lo que pasa, como si te sintieras uno de ellos y no pudieras apreciar la derrota vital en la que estás instalado. Yo me sentí tan encariñado con ellos y sus miserias que hasta me hubiera gustado estar en ese bar donde las conversaciones no son tales, sino meros monólogos que se dedican los unos a los otros sin prestar mucha atención a las respuestas. Tal vez una nueva visión me de otro enfoque.

Y estoy de acuerdo con lo Stacy Keach, no en vano ganó el premio a mejor actor de la asociación de críticos de nueva York por encima del Brando de "El padrino", ahí es nada.

Abrazos desde Stockton

César Bardés dijo...

Es interesante esa visión. No la pierdas. Esa tristeza que tanto puebla la película es lo que me deja con el ánimo arrasado. Tal vez porque Huston, de manera magistral, me recuerda que yo también soy uno de ellos y, a veces, no es demasiado agradable mirarse en el espejo. Estoy muy de acuerdo con ese cariño que destila hacia ellos y que, además, hemos olvidado que son mayoría, mucho más allá de los triunfadores que ocupan los escaparates de nuestra disparatada existencia.
Stacy Keach siempre me ha parecido un buen actor. Incluso cuando se pasaba tres pueblos en la serie de "Mike Hammer", en la que, creo, se esforzaba por parodiar al personaje más que dar una imagen creíble de un detective. No hace muchos años le pudimos ver, aún con algo que ofrecer, en "Nebraska", de Alexander Payne.
Abrazos sin guantes.