La
ciudad de Las Vegas es el escenario perfecto para establecer una zona cero de
muertos vivientes. Al fin y al cabo, hasta allí se dirigen miles de almas con
la intención de morir o renacer, tratando de encontrar una solución en algo tan
sumamente inútil como el juego, intentando llenar de ceros sus vidas en números
rojos y rodeados del lujo más estúpido y arrogante posible. Así que Zack
Snyder, el director de esta película, no duda en situar allí el mismo infierno
y contar lo que, sencillamente, se espera.
En el delirio casi
enfermizo de Snyder, con homenajes evidentes a Apocalypse now, de Francis Ford Coppola, a Aliens, de James Cameron, a El
rey león, de Rob Minkoff y Roger Allers
y, sobre todo, a 1997: Rescate en Nueva
York, de John Carpenter, no faltan un buen puñado de tópicos, concesiones
al gore más sonrojante, momentos de
humor que pronto se encarga de truncar y, por supuesto, una innovadora
clasificación de los muertes vivientes entre los tradicionales y los muy
organizados, como si entre ellos mismos existiera un curioso sistema de castas
que acaba por ser determinante.
Así que, entre idas de
olla, croma y más croma, casinos y calles en ruinas y un leve parecido
argumental a la reciente Península,
de Yeon Sang-ho, el derrape es total, con algunas secuencias que harían saltar
de alegría a las mentes más vergonzantes, giros de guión repentinos que no
vienen a cuento, cabezas explotadas como globos y, lo mejor de todo, una sana
sensación de que la propia película no se toma demasiado en serio. El resultado
es de jolgorio para el enfermizo y de gesto negativo para el que espera ver
algo de cine. Esto está mucho más cerca del cómic, sello de la casa del propio
Snyder. Y dos horas y media de historia es alargarlo mucho, mucho más de lo
necesario. Aunque una buena porción del primer tercio de la cinta se ocupe de
trazar a los personajes para que haya algo más que sangre cuando todo vuele por
los aires.
Si esta película fuera
una máquina tragaperras, no cabe duda de que tardaría mucho en dar algún premio
aceptable. Si fuera una apuesta en la ruleta, se quedaría siempre en el manque.
Si se tratase de jugar al black jack, se pasaría con mucho del veintiuno. Si
fuera una tirada de dados, estarían muy trucados. El cine batidora que propone
Snyder interesará a algunos, tan dados a subir a los altares cualquier cosa que
huela a destrucción más que gratuita y a disparos a mansalva, pero aburrirá a
muchos otros porque no hay nada nuevo bajo el sol salvo un cúmulo de efectos
especiales que, de tanto abusar, empiezan a ser demasiado repetitivos, insulsos
e, incluso, felinos. Ya el colmo de todo es apuntar la idea de que los muertos
vivientes se reproducen por vías naturales. O sea, lo que comúnmente llamamos
sexo.
Así que, no hay que dudar. La cabeza es el objetivo. La rapidez contará como un cargador a rebosar de proyectiles. También hay unos cuantos recursos bastante recurrentes para darle algo de gracia al argumento, lo cual delata una cierta incapacidad para imaginar algo un poco más allá. Además de todo ello, por si fuera poco, Snyder establece unas cuantas reglas que, cuando cree conveniente, también se salta porque, si no, se queda sin otra espectacular secuencia de acción y vísceras. La cabeza de Medusa con el anillo de los Nibelungos les espera en la puerta de la ciudad de neón. Y se tratará de morir o de renacer. Algunos espectadores optarán por lo primero.
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