viernes, 21 de mayo de 2021

JULES Y JIM (1961), de François Truffaut

 

Dos hombres enamorados de la misma mujer. Quizá no sea una situación tan inusual, pero sí lo es si los tres la aceptan de un modo tácito. ¿Por qué no está el nombre de ella? Tal vez sea porque es el vértice más importante del triángulo. Ella es la inestable y salta de los brazos de uno a los de otro según su estado de ánimo. Es una relación que, sinceramente, no necesita de espectadores. Sólo se puede entender si se vive y se ama y los tres, Jules, Jim y Catherine viven y aman como si fuera su último día. De alguna manera, se desea que acabe y, por otro lado, no se desea que acabe nunca. Es curioso. La palabra “nunca” siempre está cerca de la palabra “amor”.

El humor está presente en esta historia de tres lados porque la risa, al fin y al cabo, es un ingrediente indispensable en cualquier relación. Es el signo inequívoco de que sigue viva, de que está ahí, latiendo deprisa y con ansia de más. Es algo maravilloso. Es algo hermoso. Es algo real porque, tal vez, también sea demasiado surrealista. Es una experiencia que sólo se vive una vez. Y hay que correr para saborearlo. Hay que agotar hasta el último sorbo de la alegría que proporciona la vida porque, después, la tristeza aparecerá inevitablemente y ya no habrá más oportunidades de amar algo de forma auténtica. Aunque todo no sea más que una fábula.

Puede que François Truffaut supiera desde el principio que la belleza no era el personaje principal de esta historia, pero no cabe duda de que lo recubrió todo de una mirada especial para que todo nos pareciera bello. Quiso realizar una exploración del amor huyendo de lo previsible y del tedio. Para él, el amor era siempre una expresión de alegría y la amistad era algo más profundo que el mismo amor. Y, a menudo, se solapaban en un gozoso océano de complicidad. Para ello, contó con tres actores que le dieron todo como Oskar Werner, Jeanne Moreau y Henri Serre. No por casualidad la historia está ambientada en los años posteriores a la Primera Guerra Mundial. Quizá hubo un espejismo de felicidad que causa una cierta envidia a los que no la disfrutaron. Por eso, algunos se pierden en este camino que exige bicicletas y coches y una cierta libertad de pensamiento. Aquí, la conciencia, simplemente, se ha ido de vacaciones.

A veces, hay que preguntarse si las vidas ajenas necesitan de un narrador. El tiempo también es un protagonista principal de esta historia y la decisión es imposible. Hay que servirse de todo para llegar y eso incluye pinturas, libros, obras de teatro, sueños, conversaciones, fotografías…todo con tal de que el momento sea memorable. Los procesos de identidad y de lugar fueron destruidos por la guerra y es necesario reinventar las imágenes, los espacios, los caracteres, los puntos de vista. Eso es lo que intentó un cineasta que amaba a todas las mujeres y a todas las películas. Si ustedes lo aceptan o no, es una decisión suya, pero, por favor, no se arrojen a la corriente.

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