Dos hombres enamorados
de la misma mujer. Quizá no sea una situación tan inusual, pero sí lo es si los
tres la aceptan de un modo tácito. ¿Por qué no está el nombre de ella? Tal vez
sea porque es el vértice más importante del triángulo. Ella es la inestable y
salta de los brazos de uno a los de otro según su estado de ánimo. Es una
relación que, sinceramente, no necesita de espectadores. Sólo se puede entender
si se vive y se ama y los tres, Jules, Jim y Catherine viven y aman como si
fuera su último día. De alguna manera, se desea que acabe y, por otro lado, no
se desea que acabe nunca. Es curioso. La palabra “nunca” siempre está cerca de
la palabra “amor”.
El humor está presente
en esta historia de tres lados porque la risa, al fin y al cabo, es un
ingrediente indispensable en cualquier relación. Es el signo inequívoco de que
sigue viva, de que está ahí, latiendo deprisa y con ansia de más. Es algo
maravilloso. Es algo hermoso. Es algo real porque, tal vez, también sea
demasiado surrealista. Es una experiencia que sólo se vive una vez. Y hay que
correr para saborearlo. Hay que agotar hasta el último sorbo de la alegría que
proporciona la vida porque, después, la tristeza aparecerá inevitablemente y ya
no habrá más oportunidades de amar algo de forma auténtica. Aunque todo no sea
más que una fábula.
Puede que François
Truffaut supiera desde el principio que la belleza no era el personaje
principal de esta historia, pero no cabe duda de que lo recubrió todo de una
mirada especial para que todo nos pareciera bello. Quiso realizar una
exploración del amor huyendo de lo previsible y del tedio. Para él, el amor era
siempre una expresión de alegría y la amistad era algo más profundo que el
mismo amor. Y, a menudo, se solapaban en un gozoso océano de complicidad. Para
ello, contó con tres actores que le dieron todo como Oskar Werner, Jeanne
Moreau y Henri Serre. No por casualidad la historia está ambientada en los años
posteriores a la Primera Guerra Mundial. Quizá hubo un espejismo de felicidad
que causa una cierta envidia a los que no la disfrutaron. Por eso, algunos se
pierden en este camino que exige bicicletas y coches y una cierta libertad de
pensamiento. Aquí, la conciencia, simplemente, se ha ido de vacaciones.
A veces, hay que preguntarse si las vidas ajenas necesitan de un narrador. El tiempo también es un protagonista principal de esta historia y la decisión es imposible. Hay que servirse de todo para llegar y eso incluye pinturas, libros, obras de teatro, sueños, conversaciones, fotografías…todo con tal de que el momento sea memorable. Los procesos de identidad y de lugar fueron destruidos por la guerra y es necesario reinventar las imágenes, los espacios, los caracteres, los puntos de vista. Eso es lo que intentó un cineasta que amaba a todas las mujeres y a todas las películas. Si ustedes lo aceptan o no, es una decisión suya, pero, por favor, no se arrojen a la corriente.
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