Vincent Kaminsky tiene
mucha paciencia. Él espera el momento adecuado para intervenir e, incluso,
prefiere no hacerlo. Gradúa la distancia, apenas se mueve y dispara. El robo es
perfecto. Unos tipos entran en el banco y él, sencillamente, espera en un
tejado por si acaso aparece la policía. Cuando tiene que apretar el gatillo, lo
hace procurando no matar a nadie. Sólo heridas. No es poco. Pero tampoco es
cruel. Uno de los atracadores resulta alcanzado porque la pasma estaba
esperando. Y por ahí es por donde el plan comienza a hacer aguas. Hay que
llevar al herido a alguien que le cure. Ése es el punto flaco. Otro jugador
empieza a mover sus fichas. El médico que le extrae la bala quiere algo más que
una paga por el servicio. Vincent es detenido y el resto de los miembros de la
banda de atracadores van cayendo. Al otro lado, está el comisario Mattei. Por
alguna razón, ambos hombres están unidos. Y van a tener que averiguarlo en un
juego imposible de gato, ratón y perro.
El comisario tiene brechas
de dolor que aún no están cerradas del todo. Vincent ha visto demasiadas cosas
que le hicieron abandonar el ejército. Nunca se unirán. Pero, tal vez, en algún
lugar de sus almas, ambos desean el perdón. La excusa será cazar a ese médico
inhabilitado que se ha vuelto demasiado ambicioso. Y, de paso, se podrá
comprobar hasta dónde llega su crueldad. Los disparos van a tener que ser de
muy largo alcance. Las balas buscarán a su hombre con un silbido. La sangre va
a correr y la despedida de viejos amigos se hará inevitable. Incluso Vincent va
a perder parte de su frialdad porque le arrebatan lo único que quiere un poco
más. Es la ley. La de la justicia y la de la calle. Morir, a veces, es una
bendición. Y el dinero estará maldito.
Michele Placido dirigió
esta película con algo de nerviosismo en sus primeros compases, pero con la
ventaja de contar con un argumento sólido y la estupenda interpretación de
Matthieu Kassovitz que, con su frialdad, dice muchas cosas y expone sus
cariños. Daniel Auteuil, en la piel del comisario Mattei, se debate entre la
indecisión y el deseo de venganza que, sencillamente, no posee. A destacar las
apariciones especiales del propio director y de una extraordinariamente bella
Fanny Ardant poniendo las cosas en su sitio, con un despliegue de producción
amplio y atractivo y con referencias evidentes a Heat, de Michael Mann, y al cine maravilloso de Jean Pierre
Melville. Una buena muestra de cine de acción europeo, con algún que otro salto
no demasiado comprensible, pero que deja buenas sensaciones.
Y es que guardar las espaldas de los amigos no siempre es tarea fácil. Buscar, al mismo tiempo, al responsable de tanto dolor complica mucho las cosas. Más aún cuando se supone que es alguien que ha estado de tu lado aunque no haya participado directamente en el golpe. Las balas, a veces, pueden dar la vuelta y acabar con las únicas personas que se han preocupado de hacer que Kaminsky olvide el color de la sangre sobre la arena del desierto y los días, desde el momento de la pérdida, serán de un color gris azulado porque tendrán el aroma de la libertad más triste, de las cuentas bien ajustadas y de la sensación de que, para seguir adelante, nunca hay que mirar atrás.
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