“-.
¿Por qué quiere usted bailar?
-.
¿Por qué quiere usted vivir?”
Y, de repente, todo es
un cuento de hadas en el que el desplazamiento de los cuerpos a través del
espacio con la música como amante se convierte en lo más importante. Más que
los continuos intentos del destino para apartar una vocación, más que las
envidias que siempre surgen, más que el instinto de posesión que desarrolla
quien no sabe amar y más que el mismo amor que termina en una estación de tren.
A veces, el éxito en la
suma de una conjunción de talentos. Es la fe de quien tiene la capacidad como
para montar lo imposible, es la naturalidad de quien sabe componer música que
antes no se había oído, es el arte y la gracilidad de quien sabe bailar
poniendo y transmitiendo todos los sentimientos para que lleguen a la
audiencia. Para ella, Victoria Page, sólo habrá un ballet. Los pasos serán
siempre los mismos. Los aplausos serán aquellos que escuchó por primera vez en
su primer mutis. Y la mirada no debe ser aquella que sólo la desea como una
propiedad sino del hombre que dice que la quiere con cada movimiento, con cada
nuevo giro de melodía, con cada caricia en las teclas de un piano. Ella es
única y sabe que el mundo de la danza es todo sacrificio y casi sin más
recompensa que la efímera fama. Al principio, eso parece mucho, pero, en
realidad, eso no es nada. Siempre pasa. Siempre se olvida de ti. Y ella cree
que, en un mundo de renuncia por andar de puntillas, también debe rechazar lo
que la vida le ha ofrecido. Y el sueño se derrumba, se cae, se precipita por un
puente porque ya no hay nada por lo que merezca la pena luchar. Las zapatillas
han parado y es tarde para ponerlas en movimiento.
Michael Powell y Emeric
Pressburger realizaron una película que es una auténtica belleza en su
escenografía, con recursos más cinematográficos que teatrales, crearon un
ballet para la memoria y unos colores para los sentidos. Su imagen límpida e
impoluta con el gran director de fotografía Jack Cardiff se convierte en un
festival de orden y ambiente. El teatro se transforma en el mejor escenario
natural posible y todos se enamoran de esa Victoria Page interpretada con un
casi imperceptible toque de sensualidad por Moira Shearer. El mundo de Hans
Christian Andersen se traslada a la realidad y, entonces, ya no podemos parar
de bailar. Queremos, al igual que ese monstruo elegante que es Boris Lermontov,
interpretado con elegancia y contención por Anton Walbrook, que ella llegue a
más, toque el cielo, se estire y se recoja y salte a los brazos del bailarín
porque, así, ella es como consigue el cariño de todos. Tal vez, la obsesión por
el baile exija que no pueda ser de nadie. Sólo de la escena. Sólo del arte.
El éxito puede ser tan devorador que también termina con los sueños, por mucho que él mismo sea el sueño. A menudo, se vuelve contra quien lo tiene y, como un hechizo desconocido del mundo de las hadas, castiga con la locura.
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