jueves, 27 de mayo de 2021

LAS ZAPATILLAS ROJAS (1948), de Michael Powell y Emeric Pressburger

 

“-. ¿Por qué quiere usted bailar?

-. ¿Por qué quiere usted vivir?”

Y, de repente, todo es un cuento de hadas en el que el desplazamiento de los cuerpos a través del espacio con la música como amante se convierte en lo más importante. Más que los continuos intentos del destino para apartar una vocación, más que las envidias que siempre surgen, más que el instinto de posesión que desarrolla quien no sabe amar y más que el mismo amor que termina en una estación de tren.

A veces, el éxito en la suma de una conjunción de talentos. Es la fe de quien tiene la capacidad como para montar lo imposible, es la naturalidad de quien sabe componer música que antes no se había oído, es el arte y la gracilidad de quien sabe bailar poniendo y transmitiendo todos los sentimientos para que lleguen a la audiencia. Para ella, Victoria Page, sólo habrá un ballet. Los pasos serán siempre los mismos. Los aplausos serán aquellos que escuchó por primera vez en su primer mutis. Y la mirada no debe ser aquella que sólo la desea como una propiedad sino del hombre que dice que la quiere con cada movimiento, con cada nuevo giro de melodía, con cada caricia en las teclas de un piano. Ella es única y sabe que el mundo de la danza es todo sacrificio y casi sin más recompensa que la efímera fama. Al principio, eso parece mucho, pero, en realidad, eso no es nada. Siempre pasa. Siempre se olvida de ti. Y ella cree que, en un mundo de renuncia por andar de puntillas, también debe rechazar lo que la vida le ha ofrecido. Y el sueño se derrumba, se cae, se precipita por un puente porque ya no hay nada por lo que merezca la pena luchar. Las zapatillas han parado y es tarde para ponerlas en movimiento.

Michael Powell y Emeric Pressburger realizaron una película que es una auténtica belleza en su escenografía, con recursos más cinematográficos que teatrales, crearon un ballet para la memoria y unos colores para los sentidos. Su imagen límpida e impoluta con el gran director de fotografía Jack Cardiff se convierte en un festival de orden y ambiente. El teatro se transforma en el mejor escenario natural posible y todos se enamoran de esa Victoria Page interpretada con un casi imperceptible toque de sensualidad por Moira Shearer. El mundo de Hans Christian Andersen se traslada a la realidad y, entonces, ya no podemos parar de bailar. Queremos, al igual que ese monstruo elegante que es Boris Lermontov, interpretado con elegancia y contención por Anton Walbrook, que ella llegue a más, toque el cielo, se estire y se recoja y salte a los brazos del bailarín porque, así, ella es como consigue el cariño de todos. Tal vez, la obsesión por el baile exija que no pueda ser de nadie. Sólo de la escena. Sólo del arte.

El éxito puede ser tan devorador que también termina con los sueños, por mucho que él mismo sea el sueño. A menudo, se vuelve contra quien lo tiene y, como un hechizo desconocido del mundo de las hadas, castiga con la locura.

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