Las heridas no se
cierran con el desprecio. Se ha vendido que el amor es algo maravilloso y
exclusivo, que esa persona que posa sus ojos en alguien, está dispuesta a
cualquier sacrificio con tal de conservarla. Y, sin embargo, Alicia Huberman no
obtiene más que la indiferencia de Devlin a pesar de que ambos están
irremediablemente enamorados. La cadena que les une es irrompible, por mucho
que haya que mezclar espionaje, uranio y una banda de neonazis. Devlin la tensa
porque cree que Alicia no ha cambiado, que se entrega con placer en las sábanas
de Alexander Sebastian porque su propia naturaleza le impulsa a ello. Y no
puede estar más equivocado. Él guardó silencio cuando debería haber protestado.
Y, quizá, sabe que fue un cobarde porque se negó a luchar por su amor. Prefirió
creer que la inercia de las cosas empujaba a Alicia a retomar su vida disoluta.
Las mujeres no cambian y él no puede hacer nada para evitarlo. Se conformará
con ser un espectador lejano porque, de esa manera, el daño será menor y
ella…da igual. Es lo que ha hecho toda su vida. El límite será convertirse en
el enlace para la información que ella pueda extraer de esa guarida infame y
agobiante que es la residencia de Petrópolis. Ella no merece el riesgo. Sólo el
silencio.
Alicia se lo juega todo
porque, a pesar de todo, quiere dejar claro que está dispuesta a llegar hasta
el final para lavar su apellido. Y lo dejaría todo si Devlin la hubiera
defendido cuando insinuaron que ella tendría que conquistar a Sebastian. Así,
utilizándola, como si no fuera nada, como si no fuera nadie. Aquella terraza en
lo alto de un edificio con vistas a la playa de Copacabana no tiene la menor
importancia. Allí besó a Devlin hasta que sus labios se convirtieron en uno
sólo y eso ya parece un sueño dentro del veneno. Hasta el aire que corría
agradable se transformó en un viento helado. Y los sentimientos se quedaron
dentro de una cubitera sin botella.
Devlin subirá una escalera por última vez. Tratará de salvar no sólo a Alicia, sino también lo poco que le queda de hombre. Tendrá que ser todo lo implacable que ha sido con ella, pero con Alexander Sebastian. La célula nazi quedará desarticulada y sus planes, hechos trizas. Sólo Alicia entra en los suyos. Ella no quiso hacer nada. Sólo quiso aparecer como una mujer nueva a sus ojos y él se ha dado cuenta demasiado tarde. La brisa volverá a acariciar el rostro enfermo y envenenado de Alicia mientras una sombría voz llamará a Sebastian para atravesar las puertas del infierno. El amor salió de la bodega porque los labios no olvidan. El recuerdo que se deja en ellos a través de los besos no tiene comparación posible. Es hora de regresar, Alicia, de sentirte protegida en los brazos de Devlin, de dejar de preocuparse por lo que puedan pensar, de abandonar la terrible tensión de guardar las apariencias. La carretera serpentea delante del coche y la cadena se ha vuelto a engarzar. Y el beso, esta vez, será para siempre.
4 comentarios:
Que hermosa reseña para uno de los thrillers de alta costura de Hitchcock.
Gracias. Hitchcock lo merece. Eso y mucho más.
Maravilloso.
Gracias.
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