“S.O.S.
Ayúdenme. S.O.S. Ayúdenme…”
Y ese ruego que ni
siquiera es susurrado parece resonar en la cabeza como los disparos de un fusil
que nunca debió ser empuñado. El mundo de silencio, de sensaciones mutiladas es
toda una realidad alrededor de lo que queda del cuerpo de Joe Bonham. Los
recuerdos parecen reales y nada lo es. Sólo la certeza de vivir en una cárcel
que no merece ni un aliento. La muerte es lo mejor. Y aún así, se niega. No hay
nada que ver. No hay nada que hablar. No hay nada que sentir. Sólo un regalo de
alguien a quien no se conoce. Y mientras tanto, la súplica de auxilio se pierde
mientras el sol entra por la ventana, recordando, de alguna manera, que la vida
sigue ahí fuera y que a nadie le importa el pedazo de carne sin ojos que yace
en una cama de hospital.
Joe tiene
conversaciones con todos. Incluso con Jesucristo. Más que nada porque no
comprende que haya nacido para lo que ha muerto. No entiende que la guerra haya
sido la espoleta de una bomba que ha segado absolutamente todo, dejando sólo un
erial sin apenas respiración. Si en algún lugar hay un Dios, no permitiría
semejante tortura. Si en algún sitio existe la piedad, debería hacerse
presente. Ayúdenme…ayúdenme…Calla ya, Joe, no tengo la conciencia tranquila y tú
sigues repiqueteando con tu petición de ayuda dentro de un cuerpo inútil. Sólo
un objeto de estudio que ya ha sido arrinconado para dejar que se marchite por
sí mismo. La muerte, en este caso, será una victoria. Aunque no sea posible
saber cuándo va a aparecer.
Luis Buñuel era el
director previsto para llevar adelante esta película, pero se bajó del proyecto
excusándose personalmente ante el guionista Dalton Trumbo por el agravamiento
de su sordera. Sabiendo que sería difícil encontrar otro director que quisiera
llevar adelante una historia tan terrible, el propio Trumbo cogió los mandos y
realizó algo demoledor. Posiblemente, la película que más arrasa el corazón de
toda la historia del cine. Es difícil describir los sentimientos propios cuando
el último fundido en negro aparece porque el hundimiento parece ser un mar
alrededor del espectador. La vista, baja. El ánimo, herido. El lamento,
ahogado. En la butaca, clavado. En la moral, una víctima. No todos los días se
puede ver una película así, que tanto llega a la obra de arte y, sin embargo,
tanto desuela a su paso.
Somos testigos de un último socorro y no se puede hacer nada, porque somos parte de la conciencia de Joe, y queremos dar vida a sus entrañas cuando la ficción nos ha puesto de este lado de la existencia. No sabremos mover ni un músculo del rostro cuando la oscuridad se haga luz y nos demos cuenta de que, a veces, condenamos a las personas a morir en vida. Sin remisión. Sin omisión. Sin transmisión. Sin misión. Y, de repente, surgido de las tinieblas más absolutas, nos damos cuenta de que el destino es más cruel de lo que podremos imaginar nunca. Y no habrá ninguna solución.
2 comentarios:
Ahora la tengo que volver a ver, gracias
Espero que te armes de ánimo y de moral antes de ponerte. De todas formas, me alegra pensar que un artículo mío mueve a alguien a ver o volver a ver una película. Gracias a ti.
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