jueves, 5 de enero de 2023

AL DESCUBIERTO (2022), de María Schrader

 

A la hora de denunciar públicamente una agresión sexual hay muchos factores a tener en cuenta. El primero de todos ellos es el miedo. Miedo a que todo el mundo piense que es una mentira. Miedo a que la gente crea que sólo es afán de notoriedad. Miedo a perder cualquier posición ganada a pulso. Las luchas son siempre pruebas de resistencia que no todas las víctimas están dispuestas a sufrir. Quizá sea mejor llegar a un acuerdo, que en el fondo es una humillación y una derrota que impide que se sepa la vergüenza, y pasar página. Es humano. Es verdad.

Sin embargo, hay un factor que pesa más que todo lo anterior y es que la mujer, al contrario que el hombre, está más preparada para el dolor, es más constante y tiene más redaños para aguantar todo lo que venga porque el orgullo es algo inherente a su condición. Primero es una, luego es otra y la reacción en cadena no tarda en manifestarse. Es cierto que ellas también cometen errores, y algunos de bulto, pero tratan de repararlos. Al menos, lo suficiente como para que puedan mirar al horizonte y sentirse satisfechas.

El trabajo de dos periodistas como Megan Twohy y Jodi Kantor ha sido uno de los más serios que se han realizado en el gremio para destapar un escándalo como fue el de la agresión sexual continuada del productor Harvey Weinstein a todas las que se ponían a tiro de su albornoz. Intentaron convencer a los que podían hablar, contrastaron toda la información y, en un alarde de honestidad, dieron la oportunidad al productor para que respondiese a la acusación. Aún así, consiguieron destapar ese entramado sucio y fétido que planeaba sobre Hollywood en el que el acoso sexual no sólo parecía ser algo normal, sino que también se asentaba en los resquicios legales que solía proteger más al culpable que al inocente. Lo más llamativo es que en los casos que destaparon no hubo una supuesta ventaja de la víctima, no fue un dejarse hacer con el fin de obtener un papel, o ascender en el escalafón de las oficinas de la productora Miramax. No hubo contrapartidas. Sólo el ofrecimiento posterior de una cantidad compensatoria haciéndolas firmar que guardarían silencio sobre todo lo que ocurrió.

Maria Schrader aplica paso a paso el manual de Todos los hombres del Presidente, de Alan J. Pakula, para mostrar el incesante trabajo de esas dos periodistas. Carey Mulligan resulta excepcional en la piel de Megan Twohy, periodista bragada, que dice mucho en sus andares decididos, que se refugia en el trabajo para superar su depresión post-parto y que derrocha experiencia y sabe siempre cuál es el próximo paso. No tanto Zoe Kazan como Jodi Kantor, que más bien parece la alumna marisabidilla de Sor María. Mención especial merecen tanto Patricia Clarkson, como Rebecca Corbett, la tercera pata que coordinó todo el trabajo de las dos anteriores, como Samantha Morton, soberbia en su breve aparición y exprimiendo todos sus recursos interpretativos sin levantar ni un ápice de compasión a la vez que inunda la escena de comprensión. El resultado es una película ágil, interesante, y, sobre todo y ante todo, necesaria para llegar a entender la terrible maquinaria puesta al servicio de los más poderosos para dar rienda suelta a sus enfermos apetitos sexuales. Quizá debería ser obligatorio para algunos periodistas ver esta película. Sólo así podrían darse cuenta de que un trabajo realizado con seriedad, con pasión, con autenticidad y con clase es capaz de cambiar cualquier estructura de poder. Y para eso no es necesario ser hombre, ni mujer. Basta con ser persona. 

1 comentario:

CARPET_WALLY dijo...

Pues ya que estamos, no estaría mal que alguien contara la historia de Brendan Fraser y el abuso que sufrió por parte del presidente de la Asociación de prensa extranjera en Hollywood (organizadores de los Globos de Oro). La noticia resumida es esta.

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En 2003 Fraser tenía 34 años y era uno de los actores más populares de Hollywood. Había encadenado varios éxitos de público (George de la jungla, La momia y su secuela) y de crítica (Dioses y monstruos, El americano impasible) y aquel mismo año había protagonizado la superproducción Looney Tunes: De nuevo en acción. Durante una fiesta de la HFPA, su presidente Philip Berk se acercó a saludarle y, mientras le estrechaba la mano derecha, le pellizcó el trasero con la izquierda. Así lo contó el propio Berk en sus memorias. El actor lo recuerda de manera diferente. “Me tocó el perineo con un dedo y empezó a moverlo”, reveló en una larga entrevista en 2018. Paralizado por el pánico, Fraser acertó a retirar la mano de Berk. “Me sentí enfermo. Me sentí como un niño pequeño. Sentí que había una bola en mi garganta. Creí que iba a llorar. Salí corriendo, me fui a mi casa y le conté a mi mujer lo que había pasado. Sentía como si me hubieran echado pintura invisible por encima”, confesó.


Los representantes del actor exigieron una disculpa por parte de Berk, un veterano periodista sudafricano casado y con cuatro hijos, pero la organización declinó abrir una investigación y le aclaró al equipo de Fraser que se había tratado de “una broma”. Aun así, Berk le envió un email con una disculpa en condicional: “Si he hecho algo que disgustase al señor Fraser no era mi intención y me disculpo”. El actor cayó en una depresión y se obsesionó con la idea de que se merecía lo que le había pasado: “Yo me repetía: ‘No ha sido nada, un tío te ha metido mano, nada más’. Pero no recuerdo ni el siguiente trabajo que hice”.

Su siguiente trabajo fue un pequeño papel en Crash, que acabaría ganando el Oscar en 2005, pero después Fraser pasó dos años sin trabajar. “Aquella experiencia me hizo retraerme, me convirtió en un recluso”, recuerda. El teléfono dejó de sonar. Brenda Fraser se evaporó del radar de Hollywood y del público. Berk, por su parte, negó cualquier responsabilidad: “El declive de su carrera no es culpa nuestra”.
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Es copia del extracto de la noticia publicada en El Pais el otro día que no sabía si habíais leído. "Mi madre no crió a un hipócrita" se titula.

El mundo, ese mundo, es hostil con todos. No basta saber actuar, hay que ceder, hay que aceptar, hay que tragar.

A otro nivel, obviamente menos inaceptable, los directores han tenido que transigir con productores y perder parte de la libertad creativa, las estrellas del viejo Hollywood eran obligados a trabajar en producciones infames o decidas en préstamo a otros estudios como si fueran mercancía, grandes actrices que tuvieron que abrirse el escote un poco más o actores que tuvieron que ocultar su condición sexual detrás de algún matrimonio falso.

¿Y es sólo ese mundo? Rascas en política y hay casos, también en las empresas o en el deporte. Donde haya poder habrá alguno que opte por abusar...

El caso Weinstein me interesa especialmente porque en el fondo no se trataba de un juego secreto o de un pecado oculto, era algo terriblemente público y notorio y lo que es peor generalmente aceptado.

Una pena.

Abrazos pidiendo permiso.