Esta
película está aquejada de varios problemas. El primero de todos ellos es la
dirección. Hace falta ser bastante torpe para manejar la cámara tan mal, narrar
lo que, básicamente, es la historia de una venganza y desproveer todos los
acontecimientos de énfasis, quitar de en medio a los personajes interesantes,
ni siquiera conceder al espectador el gozo de un cara a cara entre Robert de
Niro y John Malkovich, dejar que el protagonista, Jack Huston, tenga menos
intensidad que la bronca de una libélula y desposeer de profundidad a los
principales caracteres de la trama, desequilibrando la película hacia aquellos
que sólo tienen una cierta edad…y no todos.
Por otro lado, ni
siquiera la música tiene algo de gancho para fijar la atención. Un tercio del
metraje nos lo pasamos asistiendo a los consabidos ataques de ansiedad de dos
drogadictos que intentan desengancharse. Cuando llega el que se supone uno de
los momentos más fuertes, el director Randall Emmett pone balas y una canción
desesperanzada haciendo de lo más que usado, una novedad para él. Sin duda, los
mejores momentos son los que se reservan a esos dos monstruos como John
Malkovich, que sale muy poco, y Robert de Niro, que sale un poco más y que se
va haciendo con el personaje según avanza la trama, pero que, al principio,
parece no pillarle demasiado el punto. El resultado es una película
desangelada, sin alma, sin una acción coherente, sin demasiada empatía por los
desgraciados protagonistas que, realmente, no sabes nada de ellos salvo que, un
día, comenzaron a drogarse y han llegado al final del camino intentando
dejarlo. Como thriller, no vale un
pimiento porque tampoco tiene mucho sentido la venganza que emprende el
personaje de Jack Huston, cayendo en incoherencias como dejarse algún eslabón
vivo por el camino. Como melodrama, carece de profundidad porque se pone el
foco en personajes a los que luego no se les presta la más mínima atención,
como la madre de Willa Fitzgerald. Por si fuera poco, se nos intenta colar un
mensaje religioso que es más simple que el mecanismo de una jeringuilla y todo
parece un sistema circulatorio que trata de exhibir un entramado de venas sin
sangre.
Y es que podría haber
sido una aceptable película de acción si el protagonista hubiera tenido más
carisma (si el abuelo de Jack, el gran John Huston, levantara la cabeza,
mandaría al nieto a las llanuras de Irlanda) y si todo estuviera más encajado,
la coherencia sería una buena razón para verla, pero no es así. Aún así, sin
pecar de mitómano, una mirada de Robert de Niro vale por dos películas como
esta, incluyendo la edad que tiene y la falta de apostura que ya exhibe. Por lo
demás, el que se acerque, tendrá que sufrirla. Y pensar que todo, en el fondo,
tiene algo de previsible.
Y es que los caminos del vicio son siempre pozos de ansiedad que deben ser dominados a través de un cierto orden de las cosas, sin creer lo que el entorno pueda decir. Una vez que estás dentro, habrá un conjunto de intereses creados para que el consumo no se detenga y la sangre se mezclara con el maldito mejunje para crear la falsa sensación de que nada es verdad y que todo se adormece en largo sueño sin ningún sentido. Después de eso, si se cede, el ruido y la furia serán los elementos dominantes. Por eso, hay que mantener una cierta implicación para seguir estos desvaríos que pasan por ser elementales y algo ingenuos. Si no, todo será un afluente de venas que sólo llevarán agua, tan ligera e intrascendente que no merecerá la pena tenerla en cuenta.
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