“Déjame
explicarte un par de cosas. El tiempo es corto. Eso es lo primero. Para la
comadreja, el tiempo huye. Para el héroe, el tiempo es heroico. Para la puta,
el tiempo es otro cliente. Si tú eres amable, el tiempo será amable. Si tienes
prisa, el tiempo vuela. El tiempo es un criado, si tú eres el amo. El tiempo es
Dios, si tú eres su perro. Somos los creadores del tiempo, las víctimas del
tiempo y los asesinos del tiempo. El tiempo es la ausencia de tiempo. Eso es lo
segundo. Tú eres el reloj”.
Emit Flesti habla así a
otro ángel que también quiere probar eso de ser humano en Berlín. Otro ser
alado que quiere sobrevolar el muro que ya no existe y se pregunta por qué el
tiempo es diferente. Puede que en su blanco y negro inmaculado no exista el
concepto de bueno o malo. Puede que en el color sólo haya lugar para la
trascendencia y la explicación. Quizá esa poesía que sobrevolaba el cielo sobre
la ciudad se haya transformado en una mirada hacia la pobreza, hacia el
alcoholismo, hacia la delincuencia. Ya no hay sueños que cumplir, ni tampoco
ese deseo de dar el plato de leche al gato como hacía Philip Marlowe. Todo ha
evolucionado. La libertad es parte de la rutina y se aprecia muy poco. Emit
Flesti, el tiempo en sí mismo, es el encargado de tender un puente desde el
mundo de los ángeles al infierno de los humanos. El mundo, para Cassiel, el
ángel de las lágrimas, es una bestia curiosa. No es sorprendente que aquellos a
los que se escuchan sus pensamientos tengan esos recovecos en la mente, esos
tortuosos senderos de frustración, de antipatía, de hundimiento. Y, aún así, en
el fondo de sus alas perdidas, Cassiel se da cuenta de que leer esos
pensamientos no era suficiente, que no tiene comparación con el hecho de
conocer a las personas frente a frente, hablar con ellas, compartir con ellas.
Por eso, Cassiel quiere ser una más. Aunque luego el arrepentimiento forme
parte de su vuelo. Aunque luego desee volver a observar la ciudad desde lo más
alto.
Wim Wenders se decidió a realizar esta segunda parte de El cielo sobre Berlín para actualizar la metáfora sin el muro de por medio. Con Mikhail Gorbachov haciendo un papel. Con Willem Dafoe. Con Peter Falk. Con Lou Reed tratando de enseñar cómo pasear por el lado salvaje. Con Horst Buchholz. Con Nasstasja Kinski. Con Heinz Rühmann, el policía de El cebo, en su última aparición en el cine. Con Bruno Ganz dando consejos desde su ya plena humanidad a su antiguo compañero. Con Otto Sandler tratando de encontrar un sentido a su no-existencia y darse cuenta de que la corrupción es inherente al ser humano, de que los ingenuos son los ángeles, de que escudriñar los pensamientos ajenos puede ser, en el fondo, más seguro, más fácil. El mundo no tiene gracia. Y quizá sea demasiado tarde para infundir algo de humor en la vida gris de unos seres que se mueven a través del tiempo y no son capaces de valorarlo, ni siquiera cuando no está.
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