viernes, 13 de enero de 2023

ORO EN BARRAS (1951), de Charles Crichton

 

Todo reside en el conocimiento profundo de una rutina que no tiene nada de particular y en el íntimo deseo de romperla. Aunque el resultado sea poco apetecible. Además, ¿quién va a sospechar de ese funcionario intachable, impecable y abrumadoramente aburrido? El señor Holland ha estado supervisando el traslado de lingotes de oro en furgones durante años y jamás, nunca, ni en sueños, ha cometido la más pequeña falta. Ese hombre, si lo observamos con frialdad, merece un ascenso.  ¿O no? Puede que sea uno de esos británicos sin demasiada iniciativa que será eficiente mientras se le mantenga rodeado de oro, de números y de furgones cargados. Sin embargo, el señor Holland tiene otra opinión. Cree que es muy posible robar el oro y que el único problema consiste en sacarlo de contrabando. Es algo a lo que le ha dado muchas vueltas en sus interminables idas y venidas con los lingotes. Por aquellas casualidades, un compañero de pensión, el señor Pendlebury, le va a dar la solución. Se trata de transformar los lingotes en souvenirs. Sí, porque el señor Pendlebury fabrica souvenirs para todo el mundo. Curioso ¿verdad? Usted compra un recuerdo en Jordania y resulta que está fabricado en Inglaterra, exportado a tan bello y exótico país y traído de vuelta como objeto auténtico cuando, en realidad, se ha fabricado casi al lado de su casa. Hilarante, simplemente hilarante.

Así que lo único que hay que hacer es fundir adecuadamente los lingotes de oro y transformarlo en Torres Eiffel. Se marcan las cajas y luego se rescatan adecuadamente en el almacén de destino. Simple, sencillo, fácil, limpio y hermoso. Como una taza de té con una nube de leche a las cinco de la tarde. Luego, Río de Janeiro, las playas, las chicas, las fiestas y adiós a la puñetera rutina que consiste en comprobar formularios, cargar lingotes, descargarlos y volver a comprobar formularios. Adiós a ese círculo vicioso de aburrimiento y hastío. Adiós a las Torres Eiffel que son vendidas por error al mismo pie de la auténtica… ¿pero qué digo? Eso no puede ser. No entra dentro de los planes porque el error no forma parte de la matemática, ni mucho menos de los formularios. Hay que recuperarlo todo antes de que la policía se ponga sobre la pista de un oro que ya no lo parece, de un ladrón que tampoco lo parece y de un recuerdo que tampoco es.

Una de las mejores comedias de la Ealing dirigida por el gran Charles Crichton y que cuenta con grandes interpretaciones bajo los rostros de Alec Guinness y Stanley Holloway. Ah, por cierto, casi se me olvidaba. Esa chica que le va a hacer una carantoña a Alec Guinness a la mesa al principio de la película se llamaba Audrey…no sé qué…y fue su primera aparición en el cine. No se la pierdan.

No, no, no, y no pierdan el rastro del oro. Revuélquense por el polvo. Provoquen accidentes fortuitos. Utilicen el ingenio. Pero no ese que nos deja con la boca abierta. No. Se trata de ingenio normalito. Casi cotidiano. Ése es el mejor. ¿Saben por qué? Porque pasa desapercibido hasta para los más inteligentes.

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