Todo reside en el
conocimiento profundo de una rutina que no tiene nada de particular y en el
íntimo deseo de romperla. Aunque el resultado sea poco apetecible. Además,
¿quién va a sospechar de ese funcionario intachable, impecable y abrumadoramente
aburrido? El señor Holland ha estado supervisando el traslado de lingotes de
oro en furgones durante años y jamás, nunca, ni en sueños, ha cometido la más
pequeña falta. Ese hombre, si lo observamos con frialdad, merece un ascenso. ¿O no? Puede que sea uno de esos británicos
sin demasiada iniciativa que será eficiente mientras se le mantenga rodeado de
oro, de números y de furgones cargados. Sin embargo, el señor Holland tiene
otra opinión. Cree que es muy posible robar el oro y que el único problema
consiste en sacarlo de contrabando. Es algo a lo que le ha dado muchas vueltas
en sus interminables idas y venidas con los lingotes. Por aquellas
casualidades, un compañero de pensión, el señor Pendlebury, le va a dar la
solución. Se trata de transformar los lingotes en souvenirs. Sí, porque el señor Pendlebury fabrica souvenirs para todo el mundo. Curioso
¿verdad? Usted compra un recuerdo en Jordania y resulta que está fabricado en
Inglaterra, exportado a tan bello y exótico país y traído de vuelta como objeto
auténtico cuando, en realidad, se ha fabricado casi al lado de su casa.
Hilarante, simplemente hilarante.
Así que lo único que
hay que hacer es fundir adecuadamente los lingotes de oro y transformarlo en
Torres Eiffel. Se marcan las cajas y luego se rescatan adecuadamente en el
almacén de destino. Simple, sencillo, fácil, limpio y hermoso. Como una taza de
té con una nube de leche a las cinco de la tarde. Luego, Río de Janeiro, las
playas, las chicas, las fiestas y adiós a la puñetera rutina que consiste en
comprobar formularios, cargar lingotes, descargarlos y volver a comprobar
formularios. Adiós a ese círculo vicioso de aburrimiento y hastío. Adiós a las
Torres Eiffel que son vendidas por error al mismo pie de la auténtica… ¿pero
qué digo? Eso no puede ser. No entra dentro de los planes porque el error no
forma parte de la matemática, ni mucho menos de los formularios. Hay que
recuperarlo todo antes de que la policía se ponga sobre la pista de un oro que
ya no lo parece, de un ladrón que tampoco lo parece y de un recuerdo que
tampoco es.
Una de las mejores
comedias de la Ealing dirigida por el gran Charles Crichton y que cuenta con
grandes interpretaciones bajo los rostros de Alec Guinness y Stanley Holloway.
Ah, por cierto, casi se me olvidaba. Esa chica que le va a hacer una carantoña
a Alec Guinness a la mesa al principio de la película se llamaba Audrey…no sé
qué…y fue su primera aparición en el cine. No se la pierdan.
No, no, no, y no pierdan el rastro del oro. Revuélquense por el polvo. Provoquen accidentes fortuitos. Utilicen el ingenio. Pero no ese que nos deja con la boca abierta. No. Se trata de ingenio normalito. Casi cotidiano. Ése es el mejor. ¿Saben por qué? Porque pasa desapercibido hasta para los más inteligentes.
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