Hace
muchos años, cuando el cine aún servía para algo, se estrenó una película sobre
una mujer independiente y muy segura de sí misma que aceptaba sumisamente un
juego de humillación ante un ejecutivo que estaba de toma pan y moja y que
acababa por encontrarse a sí misma en un mundo de hombres que sólo pensaban en
pasarlo bien. Hoy, nos encontramos con la misma historia, sólo que esa mujer
independiente tiene unos cuantos años más y el ejecutivo se ha convertido en un
becario canalla, propio de la época en la que vivimos, que tiene unos cuantos
años menos. Con sus correspondientes variaciones sobre el mismo tema, asistimos
a un viaje hacia los escalones más bajos de la dignidad femenina para acabar
con otra señora liberada que llega a tener criterio propio porque ha probado
las mieles masoquistas del sexo puro y duro.
Nicole Kidman tiene
valor haciendo esta película, estamos de acuerdo. Antonio Banderas luce poco
aunque, hay que reconocerlo, tiene una escena en la que alcanza una altura
dramática importante. Harris Dickinson incorpora al becario y llega a
encandilar con esa mezcla que exhibe de chico bueno y, a la vez,
palpitantemente perverso. La directora Halina Reijn, incluso, trata de imitar
un poco al Stanley Kubrick de Eyes wide
shut con la introducción de temas musicales que recuerdan al vals de
Shostakovich mientras se suceden, uno tras otro, los distintos orgasmos a los
que la protagonista se convierte en adicta.
Nada nuevo bajo el sol.
Las escenas más comprometidas son evidentes, pero no explícitas. El descenso a
los infiernos de esta ejecutiva de empresa, quizá, sea algo brusco. Se hace
algo de hincapié en el chismorreo que corre como la espuma entre los despachos.
Se introduce el elemento lésbico a través de una de sus hijas…y todo sabe a
nada. No resulta una historia demasiado incómoda, que es lo que verdaderamente
pretende la película. Las secuencias eróticas están rodadas con sumo cuidado
porque Kidman ya no está para muchos trotes. La liberación a través del deseo
resulta tan increíble como en Nueve
semanas y media, sólo que dejando de lado la estética de videoclip. Hay
cierta broma en el personaje de Kidman sometiéndose a un tratamiento de bótox
mientras su hija le recrimina que, más o menos, se está convirtiendo en una
versión momificada de un gallo escaldado. Y la película sigue sin decir nada.
Es inane. Incluso es algo cargante en algún pasaje por la mala elección de la
música que acompaña las aventuras sexuales de esta mujer que quiere probar su
lado más oscuro para volver a propagar la luz que guarda en su interior.
En descargo diremos que
tampoco es que sea terrible. No es una auténtica basura ni nada de eso. Es una
más del montón que, a pesar de un físico que está empezando a resultar algo
despellejado, tiene en Nicole Kidman su mayor activo. También es curioso que, a
pesar del viaje sexual que emprende, su personaje tenga auténtico pavor a
perder todo aquello que la ata a la normalidad. Es decir, probar, sí, pero
tampoco nos pasemos. Y no es que sea cobarde. Sencillamente es posible que sea
una de las últimas oportunidades que tiene de alcanzar la plenitud sexual. Ya
no quedan muchos más días.
Así que pónganse una de esas ropas que sientan irremediablemente bien. Al fin y al cabo, esto es cine y cualquier cosa lucirá como un resplandor a través de los grandes ventanales de su oficina. Puede que, en una de estas, alguien nuevo atraiga su interés con dos miradas, tres palabras pronunciadas a una distancia que invada su espacio vital y ya esté el lío formado. Débil es la carne. Y más aún si ha pasado treinta veces por la mesa de operación de algún cirujano plástico. Independencia.
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