El problema puede estar
en intentar salir del armario sin tener conciencia de que se está dentro.
Vistas las cosas así, se acabó cualquier otra consideración. No menees el
trasero aunque la música te lo pida. No puede ser. Tú eres un tío, con pelo en
el pecho y en otro sitio debajo del cinturón. No te muevas. La palabra clave es
no. Negativa a saltar, a moverte con ritmo (todo el mundo sabe que los hombres
no tienen ritmo), a dar rienda suelta a tu lado más loco, a ponerte los discos
de Barbra Streisand a todas horas. No eres gay. Y punto. Y ya está. No hay más
que hablar. Todo lo demás, sobra. No lo eres. No lo eres. No lo eres. Sí lo
eres.
Y es que en una pequeña
localidad saltan todas las alarmas cuando un chaval que nació y estudió allí
gana un Premio de la Academia y en el discurso de agradecimiento no se olvida
de nombrar a aquel profesor de arte dramático que le inició en las lides
actorales y que, sin duda, es gay. Y el señor no se considera gay, aunque lo
es. Diantre, si hasta está a punto de casarse. No, no puede ser. Esa figura
considerada, respetada, venerada y reverenciada en todas las curvas del pueblo,
no puede ser gay. De ningún modo. Es atildado y fino, con buen gusto, muy
tranquilo, sin aspavientos, sin ser una loca mamarracha por las noches. Y, no
obstante, sólo porque lo dice un mindundi que acaba de probar las mieles de
Hollywood, todo el mundo empieza a pensar, o a presentir, o a asegurar que el
señor Brackett es un usuario habitual de la acera de enfrente. Es un hombre
sencillo, amante de las cosas buenas y de Barbra Streisand…ups, perdón…y se
pone cintas para ganar en apostura de macho…Sin embargo, el señor Brackett
guarda una virtud incógnita. Acabará por darse cuenta de que es igual que le
consideren una cosa u otra, eso no cambia nada. Sigue siendo Howard Brackett,
profesor, en una pequeña localidad en donde se ha desatado un pequeño terremoto
porque se ha propagado a los cuatro vientos que él es gay…
Frank Oz dirige con
arrebatadora gracia esta película sobre un hombre al que le cuesta darse cuenta
de que está dentro del armario, pero que, al final, de forma irresistible, se
decide a salir de él. De esa forma, se dará cuenta de quién está a su lado y de
quién está en su contra y obligará a retratarse a todos sus vecinos. Y todo
seguirá igual, porque, a pesar de los pesares, de los estúpidos pensamientos
preconcebidos y de las demás zarandajas, no cambia nada salvo, quizá, su vida.
Y su vida es algo que le concierne sola y exclusivamente a él.
Por supuesto, no puedo poner este punto final a tanta tontería sin destacar el maravilloso trabajo de Kevin Kline en la piel de ese profesor que decide no controlar su cuerpo al son de los Village People y que Oz, en esta ocasión, reúne a un espléndido plantel de secundarios que le dan una réplica muy divertida con los nombres de Joan Cusack, Tom Selleck, Matt Dillon, Debbie Reynolds o Wilford Brimley. Todos ellos acaban por ser el sustento de la identidad que todo hombre o mujer busca en su vida, sea del signo que sea y se ponga a bailar bajo las notas del cuero brillante o apretado. Ustedes deciden cómo quieren tomarse el rumbo que ha tomado el profesor Brackett. Yo lo tengo decidido. No voy a sentirme ni acosado, ni vilipendiado, ni ofendido. Él sabrá lo que hace.
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