Vivir las veinticuatro
horas del día con un ataque de pánico permanente es lo que experimenta Billy
Costigan al infiltrarse en la banda de Frank Costello. Tiene nervios de acero
porque no le tiembla la mano, pero el miedo se le cala en los huesos y sabe
que, con toda probabilidad, hay una bala con su nombre grabado. Colin Sullivan,
por su parte, es un policía que se ha vendido desde que era un niño a Costello
y no vive con un ataque de pánico porque, quizá, esa es una sensación sólo
reservada a los competentes. Sullivan, en el fondo, es un inútil que no sabe
hacer bien su trabajo porque vive de la información que le deja filtrar su
segundo padre que no es otro que el propio Costello. De esa forma, y con
inspiración en la película Infernal
affairs, Martin Scorsese propone un interesantísimo juego de espejos,
superior al original, que confluye en el personaje de la psicóloga que trata a
Billy mientras mantiene un romance con Colin. Sin embargo, ella se siente
irremediablemente atraída por el primero y, de alguna manera, de forma
intuitiva, sabe que el que vale realmente es Billy. Colin sólo es una pieza del
engranaje entre policías y delincuentes que nunca parece seguir una pista,
simplemente las tiene. Recibe llamadas telefónicas que, tal vez, no debería
contestar. Todo lo recubre de una falsa intensidad que, por otro lado, Billy
está deseando revelar para descargar todo ese terror que siente.
No cabe duda de que Leonardo di Caprio realiza un trabajo excepcional como Billy Costigan, con un magistral dominio de las miradas, tratando de atisbar una salida a las diferentes situaciones que se le plantean. Matt Damon es eficaz como el ladino Colin Sullivan, con recursos, pero sin imaginación. Su arma es sólo permanecer en el lugar de las bisagras y ponerse a favor del viento según por dónde sople. Mark Whalberg, en realidad, realiza un papel sencillo aunque bastante clave en la piel de ese sargento que se dedica a espolear a Billy, haciendo que no se confíe en ningún momento. Martin Sheen es el hombre que todo lo controla hasta que el mismo control lo devora. Alec Baldwin es otro inútil, un policía que cree sabérselas todas cuando no tiene un ápice de intuición. Vera Farmiga se descubre espléndida porque trata de leer en el interior de los que la rodean y desea creer en la estabilidad cuando ésta es un cúmulo de inmundicia. Jack Nicholson, muy cercano al acierto, acaba por dejarse arrastrar en algunas secuencias por esa facilidad hacia el histrionismo más circense aunque tenga momentos realmente brillantes. Scorsese dirige con su habitual pericia, usando música, movimientos de cámara, claridad narrativa a pesar de que la historia tiende hacia la complicación y haciendo gala de su sabiduría cinéfila introduciendo homenajes a películas como El tercer hombre, o demostrando su dominio con secuencias tan magistrales como la del seguimiento por el cine y las calles de Boston. Quizá no sea una de las películas más apreciadas del director, una opinión auspiciada por unos cuantos que hubieran preferido los múltiples premios de esta cinta a otros títulos anteriores, pero hay que fijarse muy bien porque un par de lecciones de cine están bien chivadas aquí. No sean ustedes ratas.
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