martes, 10 de diciembre de 2019

DAMAS DEL TEATRO (1937), de Gregory La Cava



La luz de Broadway. Esa luz que atrae y ciega a partes iguales. La promesa del éxito y de ver el nombre propio en lo alto de una marquesina plateada. Demasiado tentador. Demasiada mentira. El éxito nunca es fácil y un puñado de chicas se empeñan en comprobarlo todos los días. Ahí está la cómica, con sentido para hacer reír, para protagonizar cualquier comedia de enredo. O la que tiene condiciones para hacer llorar, para hacer sentir, para hacer gozar y cae en un pozo oscuro sin salida. O la maldita niña mimada que, con un solo chasqueado de dedos, podría montarse una obra para ella sola. O la deslenguada de turno, futura actriz de carácter, que lo sabe todo sobre hombres y bambalinas. O la envidiosa, que es incapaz de ver y disfrutar del éxito de alguna compañera como una motivación más y se encierra en una nube de soberbia inaguantable. Son las damas del teatro. Verdaderas damas que tienen que caminar entre una jungla de lobos que tratan, por todos los medios, de aprovecharse de ellas con la promesa de un papel, de un trabajo de prestigio, de una obra irrepetible. El veneno está ahí y ellas luchan como leonas por ese éxito que siempre se escapa por las rendijas del deseo.
Y, claro, si ni siquiera la niña rica está dispuesta a que su papá le financie el estreno de una obra con ella de protagonista…porque papá sabe que su hija carece de talento, de inspiración, de dedicación y de experiencia. Así que más vale que se estrelle contra el muro del desprecio del público, que saboree el fracaso hasta atragantarse. En el teatro, no sólo vale el aspecto, la planta y la elegancia. Hay que demostrar todo eso y mucho más. El teatro es una arpía que devora todo lo que le puedas ofrecer y el premio, además del dinero, es el aplauso de unos cientos de personas a los que ni siquiera se conoce. Chicas locas, descerebradas, que pretenden vivir en una pensión para señoritas mientras el éxito se resiste. No saben nada, pero aprenderán. Porque son mujeres. Porque no se rinden. Y si se rinden, lo hacen de tal manera que inspiran a las demás. Únicas. Damas del teatro capaces de arrancar carcajadas y lágrimas, deseos y decepciones, olvidos y recuerdos, sentimientos y experiencias. Quizá no haya otra profesión igual.
Gregory La Cava supo manejar un elenco difícil compuesto por actrices tan extraordinarias como Lucille Ball, Eve Arden, Constance Collier, Gail Patrick, Andrea Leeds, Ginger Rogers y Katharine Hepburn para descubrir a todos la cantidad de sueños que se truncan con un no y la increíble vida que toma la interpretación ante un hecho que marca tan profundamente como la peor de las heridas. El resultado es una película fascinante, llena de sueños sin realizar que, sin embargo, también traen éxitos personales, o de encuentros inesperados ante el talento excepcional, o de dolores impensables ante el cerco que el fracaso tiende con paciencia. Una película que se debería ver con el olor del teatro, con sus telones y decorados, con sus actrices, con sus textos y con la cantidad de esperanzas que se encierran ante los esfuerzos de todos los que se dedican a ello.

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