La luz de Broadway. Esa
luz que atrae y ciega a partes iguales. La promesa del éxito y de ver el nombre
propio en lo alto de una marquesina plateada. Demasiado tentador. Demasiada
mentira. El éxito nunca es fácil y un puñado de chicas se empeñan en
comprobarlo todos los días. Ahí está la cómica, con sentido para hacer reír,
para protagonizar cualquier comedia de enredo. O la que tiene condiciones para
hacer llorar, para hacer sentir, para hacer gozar y cae en un pozo oscuro sin
salida. O la maldita niña mimada que, con un solo chasqueado de dedos, podría
montarse una obra para ella sola. O la deslenguada de turno, futura actriz de
carácter, que lo sabe todo sobre hombres y bambalinas. O la envidiosa, que es
incapaz de ver y disfrutar del éxito de alguna compañera como una motivación
más y se encierra en una nube de soberbia inaguantable. Son las damas del
teatro. Verdaderas damas que tienen que caminar entre una jungla de lobos que
tratan, por todos los medios, de aprovecharse de ellas con la promesa de un
papel, de un trabajo de prestigio, de una obra irrepetible. El veneno está ahí
y ellas luchan como leonas por ese éxito que siempre se escapa por las rendijas
del deseo.
Y, claro, si ni
siquiera la niña rica está dispuesta a que su papá le financie el estreno de
una obra con ella de protagonista…porque papá sabe que su hija carece de
talento, de inspiración, de dedicación y de experiencia. Así que más vale que
se estrelle contra el muro del desprecio del público, que saboree el fracaso
hasta atragantarse. En el teatro, no sólo vale el aspecto, la planta y la
elegancia. Hay que demostrar todo eso y mucho más. El teatro es una arpía que
devora todo lo que le puedas ofrecer y el premio, además del dinero, es el
aplauso de unos cientos de personas a los que ni siquiera se conoce. Chicas
locas, descerebradas, que pretenden vivir en una pensión para señoritas
mientras el éxito se resiste. No saben nada, pero aprenderán. Porque son
mujeres. Porque no se rinden. Y si se rinden, lo hacen de tal manera que
inspiran a las demás. Únicas. Damas del teatro capaces de arrancar carcajadas y
lágrimas, deseos y decepciones, olvidos y recuerdos, sentimientos y
experiencias. Quizá no haya otra profesión igual.
Gregory La Cava supo
manejar un elenco difícil compuesto por actrices tan extraordinarias como
Lucille Ball, Eve Arden, Constance Collier, Gail Patrick, Andrea Leeds, Ginger
Rogers y Katharine Hepburn para descubrir a todos la cantidad de sueños que se
truncan con un no y la increíble vida que toma la interpretación ante un hecho
que marca tan profundamente como la peor de las heridas. El resultado es una
película fascinante, llena de sueños sin realizar que, sin embargo, también
traen éxitos personales, o de encuentros inesperados ante el talento excepcional,
o de dolores impensables ante el cerco que el fracaso tiende con paciencia. Una
película que se debería ver con el olor del teatro, con sus telones y
decorados, con sus actrices, con sus textos y con la cantidad de esperanzas que
se encierran ante los esfuerzos de todos los que se dedican a ello.
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