Nunca
es demasiado tarde para el amor. Tal vez, la soledad sea una compañera
demasiado silenciosa y es más fácil que nunca concertar una cita a ciegas con
alguien de tus gustos, de tu generación, de tus ideas y de tus manías. No es
sencillo dar con un alma que pueda encajar en el rompecabezas de la tuya, pero
ya el mero hecho de intentarlo es una buena arremetida contra el aburrimiento.
Ya es algo diferente. Algo que no se parece al resto de los días. Sonría. Sonría.
Buenas noches. Me llamo tal. Yo soy cual. Y el recuerdo también está emplazado
en ese instante.
Así que comienza la
típica tranquilidad del romance casto y otoñal. Un paseo por allí. Un poco de
cine por allá. La perplejidad de que hoy en día las historias no se ajustan
demasiado a la verdad cuando, en realidad, nunca ha sido así…Unas sonrisas
desde el corazón y mucho, mucho cuidado con no dejar que el otro pueda asomarse
al lado más oscuro que todos llevamos en nuestro interior. Puede que se vea lo
que ni siquiera se pensó como posible. La vida da muchas vueltas. Ya no somos
lo que éramos. La tranquilidad ya no es un medio, sino una meta y el engaño, si
lo hay, debe de ser sutil y construido con paciencia. La presa no debe
sospechar nada. Y si hay una ruta de huida, miel sobre hojuelas, aunque el
azúcar esté prohibido.
De pronto, las
informaciones comienzan a llegar y el pasado parece interminable. Por eso el
recuerdo juega un importante papel en esas relaciones que ya vienen de vuelta.
Los atractivos revolotean como negándose a descansar y la compañía llega a ser
agradable, amable y deseable. Al fin y al cabo, a ciertas edades aún hay que
guardar una cierta compostura y la generosidad debe ser una de las
características de la tercera edad. Hay que permanecer atentos. La
investigación prosigue. La muerte estuvo presente. Los escrúpulos hace mucho
que huyeron y la venganza siempre es un plato que se come helado.
No cabe duda de que el
principal atractivo para ver esta historia de dobles y triples caras reside en
su pareja protagonista. Ian McKellen dota a su personaje de la afabilidad de
los años aunque, desde el principio, sabemos que no es de fiar. Helen Mirren es
pura belleza, en comportamientos y en persona, siendo el complemento perfecto
para que lleguemos a pensar que es la víctima perfecta. De la ingenuidad. De la
bondad. De la última oportunidad de una edad que vivió lo suyo y tuvo que
perder demasiado. El resultado de la historia es atractivo, tenso por momentos,
algo previsible, pero certero, con personajes paralelos que juegan su papel
decisivo, con un guión de buen cine para dos intérpretes de verdad.
Procuren ajustar bien
sus mentiras. En el momento menos pensado pueden salir a la luz y los ceros se
caen como los castillos en el aire. Las inversiones de guante blanco nunca
suelen ser buenos negocios y nadie es fiable en un mundo en el que han
proliferado los pillos como setas. El saldo arrojará una cifra muy cercana en
un recuerdo lejano, como algo que nunca debió pasar y que, de repente, saldrá al
encuentro para cobrar todas las deudas. Las comisiones se dejarán para esas
cicatrices que, sin duda, serán muy visibles aunque también sean interiores. Y
cuando las cuentas cuadren hasta el último céntimo, entonces se respirará
hondo, se mirará hacia adelante y se cerrará ese capítulo que se dejó abierto
para que escapara mucha infelicidad y aún más sangre.
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