Hay casos puntuales en
los que la mente, simplemente se para. Tal vez sea debido a que la inteligencia
ha sido derrochada con generosidad y el estudio ha llenado de datos y
conocimientos lo que es imposible de completar. Es como un colapso del
pensamiento, una pasada de rosca del que ha accedido a niveles superiores de
sabiduría. Y lo más terrible es que, los que rodean a quien lo sufre, se dan
cuenta de que esa persona, antaño absolutamente capaz y brillante, comienza a
ir a la deriva sin ningún freno.
No deja de ser
preocupante que los hijos o hijas del enfermo teman caer en la misma
enfermedad. También pueden ser auténticos talentos en la elaboración de
demostraciones matemáticas o en cualquier otro campo y, sin embargo, experimentan
pánico al comprobar de que no hay pruebas de comprobación ante la
multiplicación de la vida, por mucho que ésta sea un número primo. El abismo
está ahí mismo, ahí delante, con sus garras de bondad disfrazada, con sus
tentaciones de amor a la vuelta de la siguiente fórmula, con la promesa de una
tesis nunca antes enunciada y que se demuestra, sin lugar a ninguna duda, de
que quien la hizo estaba en lo cierto, con un enfoque diferente y con la verdad
en la punta de su bolígrafo.
Espléndido trabajo de
Gwyneth Paltrow, que se debate entre la angustia existencial de negarse a sí
misma su auténtico talento para no caer en el blanco del reinicio y la
posibilidad de aceptar que la herencia genética también incluye un don tan
preciado y tan precioso como es la inteligencia. Enorme Anthony Hopkins en sus
breves apariciones, convencido de que todo gran hombre debe de dejar algo para
la posteridad, aunque sea…sí, una hija. Aplicado Jake Gyllenhaal, apasionado
espectador de un universo que se mueve con el epicentro en la genialidad y que
no sabe muy bien cómo manejar. Comedida la dirección de John Madden, que
convierte la obra de teatro de David Auburn en un retrato mental del miedo y
del destino al que no podemos evitar. Aquí, esparcido por nuestra inquietud,
hallamos distintas respuestas a muchas cuestiones, a través de una demostración
exacta e infalible de que cada uno debemos aplicar nuestros dones a todo
aquello que sirva para algo.
Y es que no es fácil
aceptar a un padre muerto después de cinco años de agonía habiendo sido
espectadora de su deterioro cerebral y de cómo, escondido en su genialidad,
creyó que encontraba de nuevo el maravilloso camino del razonamiento y del
entusiasmo. A partir de ahí vendrá la regla de la ingratitud, del abandono, del
fugaz rayo de sol que vuelve a colarse por la ventana y que la vida se
encargará de cerrar casi con furia, de la certeza de que hay que dejar todo
atrás para encontrar un nuevo sendero, de la conciencia del sacrificio que se
ha hecho durante tanto tiempo para cuidarle y mantener viva una llama que se
apagó con brusquedad…Las verdades ocultas siempre salen para demostrar que no
hay ninguna prueba para esa infinidad de operaciones que hay que realizar para
seguir viviendo. Nunca sabemos si lo hemos hecho mal. Sólo, tal vez, tendremos
la seguridad de que lo hemos hecho un poco mejor.
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