martes, 17 de diciembre de 2019

HUD (El más salvaje entre mil) (1963), de Martin Ritt



Hud Bannen ha hecho de la arrogancia y del desprecio una forma de vida. Quizá cree que hay demasiada culpa en sus espaldas y le cuesta llevar esa mochila. Por eso piensa que su padre es un pusilánime, un hombre superado por los tiempos, un tipo que cree firmemente en la ética y en la honestidad cuando es cosa del pasado. Su padre ha sido lo más importante para él y aún lo quiere, sólo que no nos enteraremos de eso hasta que no conozcamos profundamente al propio Hud. Así que Hud toma, Hud agarra, Hud coge y le traen sin cuidado las consecuencias o el daño que puede causar. Y con esa actitud va dejando heridas allá por donde pasa. Su sobrino, Lon, lo tiene como un héroe cuando es lo más alejado posible de ese término. En el interior de Hud hay rencor porque su hermano murió en una noche aciaga de alcohol y velocidad y ése fue el detonante para su actitud tan irritante y, en el fondo, tan rebelde. El padre morirá y Hud tendrá que tomar las riendas de todo y, sin rechistar, comenzará a valorar lo que hacía y cómo lo hacía. Pero Hud no es de esos veletas que cambian su forma de comportarse porque alguien muere. Seguirá tomando, agarrando y cogiendo con total irresponsabilidad. Incluso hará caer, adrede, los castillos que Lon se ha construido, pero habrá algo de humanidad en él. Muy pequeña, insignificante, casi nada. Lo suficiente como para recordarse a sí mismo que los hombres no sólo se mueven por rencor, por rabia y por desprecio. No es mucho viniendo de Hud, pero ya es algo.
Y es que la alargada sombra de Hud, con todo su carisma abrumador, se proyecta sobre todos los que le rodean. Incluso sobre la criada que ha tenido su padre y que, ingenuamente, llega a creer que Hud es ese lado salvaje que ella ansía aunque acabará por huir de él y de ese ambiente viciado de familia tejana llena de furia y polvo. Y él, como un gato salvaje del desierto, espera agazapado, de pie o andando, creyendo que así desafía al día y hace el amor con la noche. Hud es así. Ha emprendido el camino de vuelta sin siquiera haber ido. No quiere saber nada de las inquietudes del resto de personas que le rodean. Son débiles, prescindibles. Como su padre. Esa es una lección que Lon no sabe y debe aprender. Hud no se ata a nada, ni a nadie. Ni siquiera a la tierra que tiene que administrar para que su ganado sobreviva. Eso son obligaciones mundanas que no tienen ninguna importancia. Lo que Hud busca es la siguiente noche, la siguiente conquista, la siguiente botella y el siguiente olvido.
Espléndida película sobre el egoísmo y sus consecuencias, dirigida con absoluta sobriedad y magisterio por Martin Ritt y con unas interpretaciones memorables de Paul Newman, Patricia Neal y Melvyn Douglas que dejan su impronta de decepción alrededor de un personaje mítico que encuentra una razonable felicidad en su ausencia de mirada, en su falta de solidaridad y empatía, en su ambición como medio para satisfacer sus necesidades más carnales. Y aún así, todos nosotros quedamos fascinados por Hud. Sí, es ese tipo que tiene la sonrisa más socarrona posible y que nunca vuelve la vista atrás. Ni siquiera para decir adiós.

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