Hud Bannen ha hecho de
la arrogancia y del desprecio una forma de vida. Quizá cree que hay demasiada
culpa en sus espaldas y le cuesta llevar esa mochila. Por eso piensa que su
padre es un pusilánime, un hombre superado por los tiempos, un tipo que cree
firmemente en la ética y en la honestidad cuando es cosa del pasado. Su padre
ha sido lo más importante para él y aún lo quiere, sólo que no nos enteraremos
de eso hasta que no conozcamos profundamente al propio Hud. Así que Hud toma,
Hud agarra, Hud coge y le traen sin cuidado las consecuencias o el daño que
puede causar. Y con esa actitud va dejando heridas allá por donde pasa. Su
sobrino, Lon, lo tiene como un héroe cuando es lo más alejado posible de ese
término. En el interior de Hud hay rencor porque su hermano murió en una noche
aciaga de alcohol y velocidad y ése fue el detonante para su actitud tan
irritante y, en el fondo, tan rebelde. El padre morirá y Hud tendrá que tomar
las riendas de todo y, sin rechistar, comenzará a valorar lo que hacía y cómo
lo hacía. Pero Hud no es de esos veletas que cambian su forma de comportarse
porque alguien muere. Seguirá tomando, agarrando y cogiendo con total
irresponsabilidad. Incluso hará caer, adrede, los castillos que Lon se ha
construido, pero habrá algo de humanidad en él. Muy pequeña, insignificante,
casi nada. Lo suficiente como para recordarse a sí mismo que los hombres no
sólo se mueven por rencor, por rabia y por desprecio. No es mucho viniendo de
Hud, pero ya es algo.
Y es que la alargada
sombra de Hud, con todo su carisma abrumador, se proyecta sobre todos los que
le rodean. Incluso sobre la criada que ha tenido su padre y que, ingenuamente,
llega a creer que Hud es ese lado salvaje que ella ansía aunque acabará por
huir de él y de ese ambiente viciado de familia tejana llena de furia y polvo.
Y él, como un gato salvaje del desierto, espera agazapado, de pie o andando,
creyendo que así desafía al día y hace el amor con la noche. Hud es así. Ha
emprendido el camino de vuelta sin siquiera haber ido. No quiere saber nada de
las inquietudes del resto de personas que le rodean. Son débiles,
prescindibles. Como su padre. Esa es una lección que Lon no sabe y debe
aprender. Hud no se ata a nada, ni a nadie. Ni siquiera a la tierra que tiene
que administrar para que su ganado sobreviva. Eso son obligaciones mundanas que
no tienen ninguna importancia. Lo que Hud busca es la siguiente noche, la
siguiente conquista, la siguiente botella y el siguiente olvido.
Espléndida película
sobre el egoísmo y sus consecuencias, dirigida con absoluta sobriedad y
magisterio por Martin Ritt y con unas interpretaciones memorables de Paul
Newman, Patricia Neal y Melvyn Douglas que dejan su impronta de decepción
alrededor de un personaje mítico que encuentra una razonable felicidad en su
ausencia de mirada, en su falta de solidaridad y empatía, en su ambición como
medio para satisfacer sus necesidades más carnales. Y aún así, todos nosotros
quedamos fascinados por Hud. Sí, es ese tipo que tiene la sonrisa más socarrona
posible y que nunca vuelve la vista atrás. Ni siquiera para decir adiós.
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