El
principal problema de la venganza es que ninguno es un profesional de ella. Hay
que aprender sobre la marcha y como se pueda. Y es difícil cuando el rencor
domina todos los actos porque la rabia de la injusticia ha quedado ahí,
fermentando el corazón, contaminando la respiración, desafinando la sección
rítmica de la vida. Sin embargo, una serie de extraños hechos parecen empujar
en esa dirección. La venganza está escrita y se ejecutará por muchos fallos que
haya.
Y en esta ocasión, el
rencor es un auténtico despropósito. El primero de todos ellos es Blake Lively
en el papel principal porque el espectador, a pesar de que la comprende, no
consigue empatizar con ella ni poniendo una instancia. Su camino hacia el
asesinato profesional está plagado de errores, de superficialidades absurdas,
de tonterías que sólo comen metraje a la película. En general, El ritmo de la venganza está mal
dirigida, mal escrita y peor interpretada, con algún momento de calidad brindado
por Jude Law, el cual sorprende interviniendo en esta historia que ni tiene
fuerza, ni tiene sentido. Otro de los problemas reside en la dirección de Reed
Morano, con un uso de la banda sonora absolutamente equivocado, poniendo
canciones cuando no procede e intentando, vanamente, parecerse a Martin
Scorsese. El tercer problema es que nada se sostiene con convicción porque
nadie se cree ese entrenamiento pretendidamente duro que consiste en unas
cuantas carreras, un par de prácticas de tiro y una pelea que sería digna de
una comedia. El cuarto pasaría por la inutilidad de esta chica que pretende
convertirse en una asesina profesional y se transforma en una penosa alma de
angustia por matar. El enésimo sería el uso inútil de los distintos escenarios
en los que transcurre la trama. Podríamos seguir hasta el infinito, pero el
resultado de este artículo sería tan pesado como la propia película que no es
más que un despropósito sin el más mínimo talento.
Tal vez, hubiese sido
más oportuno no intentar alejarse tanto de los tópicos para montar esa
increíble odisea de asesinatos a sangre fría, si es que se pueden llamar así.
De vez en cuando, lo conocido funciona mejor y tampoco tiene por qué ser
necesariamente muy repetido. Puede que el material de partida sea, a priori,
atractivo, pero es que hasta lo increíble de la historia de amor llega a
irritar porque, se supone, es un giro en el que parece que la película empieza
a ponerse más seria y lo que hace es hundirse aún más en el pozo sin fondo de
la mediocridad más vergonzante. Ni siquiera la planificación resulta eficaz.
Todo es, simple y llanamente, un error.
Así que, si no quieren
desarrollar un rencor inaudito hacia los que han perpetrado este crimen por
hacerles gastar un dinero inútil, más vale que se dediquen al noble ejercicio
del tres bolillo o a meterse entre pecho y espalda un menú de bar de tercera.
Seguro que les aprovecha mucho más, establecen relaciones más sanas y no le dan
vueltas al atraco a mano armada que supone caer en la trampa de este ritmo de
desafortunado título en español. Todo carece de tensión y de interés porque
llega un momento en que da lo mismo lo que le pase a esta desatinada muchacha
sedienta de sangre que acaba por convertirse en una profesional supuestamente
peligrosa. Algo parecido a ser lo mismo que persigue. Los planos frontales
precediendo a Blake Lively son tan reiterados que da la impresión que es la
única forma que tiene la directora de adelantarse a su protagonista. En
cualquier caso, ni tan siquiera merece la pena caer en la cuenta de que todo
tiene más agujeros que un calcetín que pide a gritos tantos remiendos como
fotogramas.
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