Las alarmas saltan en
todos los grandes restaurantes de Europa. Un asesino en serie anda suelto y
está dando una buena ración de horno a unos cuantos grandes chefs. Y no sólo
eso. Los está matando con una inspiración clara en sus propios platos. Esto no
se puede consentir. Una cosa es que un menú no salga demasiado bien y otra es
que un loco de la cocina esté salpimentando a los genios de la cocina. Hay que
ponerse manos a la obra y pillarle con las ídem en la masa. Aunque, siendo
sinceros, en un mundo en el que prima la competencia y la envidia a partes
iguales, nunca está de más que quite de en medio a unos cuantos cocinillas que
no hacen más que estorbar.
Así que ya tenemos
servido el primero, con una mezcla perfecta de risas y misterio y con un puñado
de personajes que merecen la pena. Un editor de revistas del ramo que merece
que le den un par de sopapos en la carrillera, un magnate de la comida rápida,
unos cuantos chefs excéntricos…Ah, y por si fuera poco, un recorrido muy
agradable por París, Londres, Venecia y los parajes de la alta cocina. Quizá,
al final, el regusto sea de quien se queda con algo de ganas, pero la clase con
la que está realizada la carta es innegable. Incluso, como aperitivo, podemos
degustar algunas frases de diálogo que merecen la pena. Para ello, Ted Kotcheff
dirige los fogones con pinches de tal calidad como el divertido George Segal y
la siempre apetecible Jacqueline Bisset. No falta el gordo mirón que tan
espléndidamente encarna Robert Morley. De fondo, la intriga que te reconcome
mientras esperas la solución al enigma. No, no es el sumun de la gastronomía.
Más bien es una sugerencia simpática, con momentos de comedia aceptable y
limpia que hará las delicias de la mismísima Reina de Inglaterra. ¿Quién no
aceptaría tal invitación?
Y el juego corre de
mesa en mesa, tratando de esclarecer por qué a algunos chefs se les destaca y a
otros no, y por qué a algunos se les asesina y a otros no. Sarcasmo en el
delantal se presupone y permítanme que les haga una pequeña recomendación.
Tengan algo cerca para meterse entre pecho y espalda cuando termine la función.
El hambre también se ha colocado como espectador y la pinta de la pitanza pita
en el estómago vacío. Y además todo el entramado tiene una virtud insospechada
en estos días que nos acechan y es que no se pliega a modas ni
convencionalismos porque hay un buen listado de actores europeos de sabor
impecable que se encargan de coger la paleta y el gorro. Ahí están Jean Pierre
Cassel, Philippe Noiret o Jean Rochefort, dando el punto justo a sus
personajes. Así es muy fácil y muy evidente comprobar que el soufflé también
sonríe y, como música de ambiente, está el gran Henry Mancini haciendo de las
suyas. Creo que son muchas razones, más que suficientes, como para probar
suerte con una película que debería haber recibido un par de estrellas
Michelin.
No hay comentarios:
Publicar un comentario