Una carrera salvaje a
través de un país en llamas. Los diamantes sin tallar quizá sean la mejor
motivación para un puñado de mercenarios que tendrán que hacer frente a una
rebelión, a la corrupción y a unas cuantas ráfagas de ametralladora. Siempre es
peligroso cazar un tesoro bajo la oscuridad del sol y más aún si se trata de
hacer el camino sobre las vías de un tren, a bordo de una locomotora, con el
combustible del valor y con la violencia en las traviesas. Y aún así, en medio de
los tumultos, de los disparos y del calor asfixiante, habrá sitio para un
rincón de humanidad, para un leve descanso de las alertas. Algo impensable si
se piensa que, como parte del equipaje, se lleva a un antiguo nazi que disfruta
realmente con lo que hace porque su negocio es matar. Cuantos más, mejor. Y
entonces la muerte se multiplica por tres y es posible que ese tren nunca
llegue a echar el freno.
Rod Taylor, excelente
en su papel, interpreta al Capitán Bruce Curry, un mercenario avaricioso, pero
leal con sus camaradas, despreciativo con sus rivales, profesional en sus
maneras. A su lado, Jim Brown es el Sargento Ruffo, un sudafricano que nunca se
deja las espaldas a descubierto. Juntos forman un equipo casi imbatible, donde
no hay lugar para la compasión, para plantearse, ni siquiera durante un
momento, la terrible situación que viven en África en donde las rebeliones
brotan como el sudor y los inocentes mueren de hambre. ¿O sí tienen ese
momento? Uno nunca sabe lo que late debajo de esos uniformes irregulares, o de
esas boinas tan aparentes. Con estos elementos, es muy posible que estemos ante
la mejor película que se haya hecho nunca con el tema de los mercenarios como
fondo, superando ampliamente a Patos
salvajes, o a Los perros de la guerra.
Y es que para describir
a individuos cuyo nombre es sinónimo de riesgo, no podría haber otro mejor que
ese fantástico director de fotografía que aquí toma responsabilidades de
realizador como Jack Cardiff. El pulso de la película es trepidante y la
historia es capaz de transportar en volandas al más reticente. Hay tensión,
suspense, emoción, acción frenética y la certeza de que África ha sido vendida
a emporios internacionales que sólo buscan proteger sus intereses de gobiernos
sumamente inestables. El resultado es una experiencia fuerte que descifra
algunos códigos de los mercenarios que vienen de uno y de otro lado. Al fin y
al cabo, hay que atravesar tres mil millas armados hasta los dientes y soportar
un buen puñado de trampas, traiciones, desastres y combates. Y viajes así de
trepidantes sólo se ven muy de vez en cuando. Aunque, por el camino, haya
muchas razones para creer que el odio seguirá creciendo en las llanuras, detrás
de los árboles y en medio de la sabana africana, simplemente, porque la piel no
es la misma. Última llamada para subirse a este tren con destino Katanga. Si no
suben, acabarán arrepintiéndose aunque no se asegure la integridad de los
pasajeros.
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