Demasiadas puestas de
sol al raso. Demasiadas galopadas salvajes para masacrar a los indios.
Demasiada sangre en la mirada que ya sólo quiere descansar. El Capitán Joe
Blocker está a punto de dejar el Ejército y no quiere esa misión que le han encomendado
y que consiste en llevar a un antiguo jefe kiowa a su tierra natal para que
allí pueda morir. No, no puede ser. Combatió contra él y vio cómo caían sus
amigos bajo su cuchillo sediento. Y hay que atravesar todo el territorio
comanche y…no, es mucha carga para un hombre que ya está de vuelta.
Encárgueselo a otro, coronel. Sólo quiere disfrutar de su jubilación.
El Capitán Blocker
termina por aceptar porque sabe que el deber de un soldado es obedecer. Lleva
una pequeña escolta y la sensación de que ese indio y su familia no hacen más
que clavar su mirada en las espaldas del oficial. La luz es dura, el territorio
es frío, las balas matan y el día se hace demasiado largo. Tanto es así que
llegan allí donde, una vez más, hay una granja arrasada por los comanches y
sólo hay una superviviente, una viuda que lo ha perdido todo. El Capitán
Blocker sabe cómo tratarla. A pesar de que a su alrededor no hay más que
enormes e infinitas praderas o áridos terrenos baldíos, construye para ella una
nube de buen carácter, de piedad sin compasión, de razonamiento en el trauma.
Nunca llevar la contraria. Nunca hacer algo que ella no quiera. La vida ya ha
pasado con su castigo y hay personas que no merecen más que amabilidad a través
de la sensación de que todo está tranquilo. El Capitán Blocker no es sólo un
oficial y un caballero…también es un hombre.
No cabe duda de que
pasan muchas cosas en esta odisea hacia una tierra de muerte y que el mismo
ritmo de la película marca el presentimiento de que está pasando muy poco. Los
disparos son secos y definitivos, la brutalidad se ejerce durante unas décimas
de segundo y los autores, después, vuelven a la normalidad. La justicia emana
de las decisiones de este militar que, a duras penas, puede conservar la calma
como máximo deber. Para ello, es asombroso ver cómo Christian Bale da con las
teclas justas para ofrecer la que, quizá, es la mejor interpretación de su
carrera. Comedido, contenido, sugerente y poco explícito, Bale llega a la
madurez en su incorporación de este Capitán de Caballería que duda sin mostrar,
que se sube al último tren para lograr la ínfima porción de felicidad que le
corresponde, que hace, en todo momento, lo que debe hacer y sin pestañear a
pesar de que la tormenta está moviéndose en su interior. A su lado, Rosamund
Pike transita de la locura hacia la cordura con el sufrimiento siempre a
cuestas tratando de suplicar, también, por una tregua de la vida. La fotografía
de Masanobu Takayanagi no huye de la luz y, sin embargo, consigue una atmósfera
de tenebrismo de espacios abiertos y agobios emocionales. Scott Cooper, el
director, se ausenta de la épica para centrarse en el recorrido emocional de
unos personajes que deambulan por un tiempo en el que ya los indios se han
rendido y los héroes están cansados. Es lo normal cuando una época toca a su
fin y hay que dejar paso a las decisiones estúpidas de unos cuantos políticos
mediocres.
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