En demasiadas ocasiones
hemos podido observar cómo los hombres son sacrificados mientras los políticos
hablan. Esta vez, muchos van a ser los que mueran porque se trata de llegar a
un acuerdo negociado para finalizar una guerra que nunca terminó oficialmente y
la toma de una colina sin valor estratégico alguno va a ser una pieza clave en
el tablero de ajedrez de las conversaciones de paz. Entre los soldados
americanos, reina un optimismo evidente. Nadie quiere morir cuando el final está
tan cerca. La cima se conquista, pero los norcoreanos quieren recuperarla.
Quedan pocos hombres para defenderla y se piden refuerzos. Se pide lo
imposible. Sería absurdo estar negociando la paz y mandar más tropas para
consolidar una posición sin ningún valor. Los norcoreanos demoran la conclusión
de las conversaciones. Todo es política. Mientras tanto, los hombres de ambos
bandos mueren. La vida humana puesta encima de una mesa en la que vale más la
estúpida supremacía que el acuerdo que se pretende alcanzar.
Al mando, el Teniente
Joe Clemons trata de hacer que sus hombres no pierdan la moral. Ve con sus
propios ojos cómo van cayendo y él pide una y otra vez refuerzos, obteniendo
respuestas evasivas del cuartel general. ¿Es que no lo entienden? Van a morir
todos. Apenas tienen municiones, sólo le quedan un puñado de hombres. Incluso
pide permiso para una retirada y recibe una escueta negativa. Quizá sea la
última batalla, pero no en el sentido que los políticos y militares del alto
mando quieren darle. Será la última sangre para un puñado de valientes.
Trepidante y con una
especial atención a los secundarios, Lewis Milestone dirigió con oficio esta
espléndida película situada en la guerra de Corea, con un Gregory Peck algo
estirado en sus gestos, pero espléndidamente acompañado de una segunda fila
compuesta por nombres como Rip Torn, George Peppard, Woody Strode, Harry
Guardino, James Edwards, Norman Fell y Robert Blake, dando textura y blanco y
negro a la historia, desvelando las inquietudes de una lucha titánica por la
supervivencia cuando todo parece en contra. El enemigo, además, es casi un
fantasma al que no se ve salvo por la luz acusadora de unas bengalas que
presagian el final. Mientras tanto, las balas siguen saliendo, la esperanza se
sigue agotando y la vida, lentamente, se sigue escapando.
Así que es hora de
aguantar más allá de lo posible. Órdenes son órdenes, por mucho que no se les
vea el sentido lejos del diálogo. Todo vale para resistir. Desde sacos terreros
hasta armas arrebatadas. Lo importante es seguir teniendo aliento durante un
minuto más.
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