A veces, sólo se puede
amar aquello que se cree que se va a perder. La sinceridad siempre duele y los
mundos fabricados a medida suelen ser cúmulos de mentiras cómodas. La hermosura
está ahí mismo, al lado, en la misma cama, y la indiferencia se ha instalado en
el aburrimiento y la rutina. Sólo el temor a la pérdida hará que salga la
pasión que había estado oculta en los pliegues de encaje y seda. Mientras se
cae en la cuenta, más vale desperdiciar el cariño en otras amantes porque, tal
vez, es algo tan particular que es mejor no ejercitarlo dentro de casa.
Quizá todo se reduzca a
un juego de tintes masoquistas, en el que el deseo, los celos, el instinto de
posesión o las apariencias son las principales fichas. Las miradas pueden no
significar nada o pueden serlo todo. Depende del propio espectador descifrar en
qué dirección van las intenciones, hay que navegar entre las arrugas de las
sábanas para llegar a la tierra prometida, al amor verdadero, a la rotundidad
de una carne que es árbol prohibido y estanque derramado.
La languidez se abre
paso a través de los sentimientos. D´Annunzio se esconde detrás de cada hoja de
fotograma, con respeto y calidez, y también con la intensidad que sólo puede
esconderse detrás de un corazón que quería contar tantas historias que ya no le
cabían en el cuerpo. La tragedia se halla acechando detrás de las cortinas y lo
maravilloso y lo triste se unen para que el día se encharque de inocencia
interrumpida, de culpabilidad y de desprecio por una clase alta que se enrosca
en laberintos mentales de ocio que se muestran sin salida cuando tienen
verdadera importancia. Visconti redivivo una y otra vez. Los acontecimientos se
suceden, el abismo se abre. Siempre paga el que menos lo merece.
El compromiso de
Luchino Visconti se hace más patente en esta su última película. La fidelidad a
las creencias, sean cuales sean, conforman a sus personajes y éstos hallan su
perdición, su salvación o su continuación. La mirada del director italiano
siempre es entornada, muy crítica, comprensiva y, a la vez, enormemente
reprochada. Giancarlo Giannini consigue ofrecer las dos caras de la huida y
Laura Antonelli realiza el mejor papel de su carrera, demostrando que su
talento era mucho más estimable que el de unas cuantas curvas. El tercer ángulo
lo ocupa una eficaz Jennifer O´Neill, más actriz que nunca.
La insatisfacción ocupa
las imágenes y hasta la ropa parece cansada alrededor del ánimo. Puede que, en
algún momento, el gesto se haga glacial y no haya demasiada piedad alrededor de
unos personajes que no quieren ir hacia lo verdaderamente importante porque el
miedo atenaza todos los actos y nubla todas las consecuencias. Es como si
Visconti regulara el aliento de la vida sobre esta película para acabar dejando
sólo un hilillo de aire que apenas da para unas cuantas aspiraciones. La
sofisticación y el encanto, a veces, son muy atrayentes y, para algunos, está
muy por encima de los seres humanos. Y el maestro italiano, a pesar de los
pesares, expresaba su lamento por ello.
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