miércoles, 8 de julio de 2020

LARGA ES LA NOCHE (1947), de Carol Reed



La sangre se desliza con lentitud, formando un río de ilusiones y rebeldías que se desvanecen y se confunden con el gris asfalto de la fría ciudad. El tiempo se rebela y parece que se detiene porque la muerte viene de puntillas, a cada segundo, recreándose en su llegada, llamando a la puerta del destino con cada latido de un corazón que cada vez tiene menos que bombear. Los cercos se estrechan para tapar los agujeros y el conocimiento se va perdiendo como el aliento en la noche, aire de calor en la fría humedad de la nada. Las luces se encienden y se quedan ahí, mirando impasibles desde los edificios y las casas que se dejan atrapar por el miedo y la quietud. Ulises desangrado se mueve por las calles, intentando hallar un camino de regreso que se antoja tan lejano como imposible porque las balas siguen ahí, horadando la piel y las venas, dejando que la vida se escape como un puñado de arena entre las manos. La ayuda es discreta, sin aspavientos, como queriendo esconderse de la piedad. El sueño va cayendo y los párpados son mármoles que apenas se pueden levantar. El borde de la existencia parece abrirse bajo los pies del incauto y la traición se puede oler con cada borbotón. Larga es la noche para quien se introduce en los brazos de la parca.
Y quizá, en ese peregrinaje inútil en busca de una esperanza por la que seguir luchando, es cuando se puede apreciar la grandeza de la gente desconocida, el alma que palpita con fuerza tras la necesidad del calor. O la inmensa pequeñez de algunos que han decidido esconderse de las realidades y de los problemas porque no nacieron para luchar, sólo para estar. Es hora de descansar en algún viejo sillón abandonado en un chamarilero cualquiera y dejar que la flojera invada todos los huesos y cale en todos los ánimos. Ni siquiera el amor será capaz de detener el río que se evade del cuerpo sin remedio. Larga es la noche, sí, tanto que la eternidad parece que se dibuja antes del amanecer.
Carol Reed dirigió esta película difícil y agónica con la colaboración de un James Mason extraordinario, amenazante y desgraciado, errante y abandonado, con la inercia de una herida que jamás puede cerrarse, con la certeza de que cada paso adelante es un empujón hacia atrás. Y de alguna manera misteriosa, nos adentramos en las gotas del frío condensado de una larga caminata hacia ninguna parte, compartiendo con el protagonista la sensación de que todo acabará y de que, posiblemente, lo haga muy lentamente.

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