martes, 14 de julio de 2020

CLAVE: OMEGA (1983), de Sam Peckinpah




Convencer a otros para que deserten no es tarea fácil. Y más aún cuando se trata de individuos que están comprometidos con una conspiración que amenaza a la seguridad nacional. Todos dicen quiénes son y ninguno es quien dice ser. Y la recompensa para el trabajo no es más que una simple entrevista con un alto dignatario de los servicios secretos. El fin de semana se adivina muy largo y además va a correr sangre. Tanta que la piscina cambiara el agua transparente por el denso color rojo.
Estar equivocado no es tan importante como no admitirlo. Un buen puñado de peligros parece flotar en la brisa de la noche. El misterio es parte de la fiesta y nadie sabe muy bien qué juego elige cada uno. Sólo el pobre presentador de televisión, con su imagen pública y su prestigio profesional en la picota, tiene suficiente honestidad como para vislumbrar claramente su opción. Entre otras cosas porque se convencerá de que no es cierta la aseveración de que cualquier cosa que salga en televisión se convierte automáticamente en verdad. Sólo posee su disfraz, pero sigue siendo una mentira. Las balas surcarán el aire y la confusión reinará en el ambiente. La oscuridad y sus intenciones se cernirán sobre esa casa de ensueño y la clave saldrá a la luz.
Ésta es la última película de Sam Peckinpah, rodada ya con un precario estado de salud por parte del director. Quizá, entre sus fotogramas, se puede apreciar al gran cineasta que hay detrás, pero está lejos de sus mejores obras. Hay momentos de altura y otros irremediablemente confusos. Cuando terminó el rodaje, los productores arrebataron el montaje a Peckinpah y editaron a su gusto el principio y el final, lo cual no contribuyó en nada a la historia que el director tenía en mente. Aún así, hay tiempos y sufrimientos, engaños y heroísmos muy propios de su cine. El retorcimiento en la trama resulta bastante irritante y los actores parecen estar incómodos en ese mundo de espías reducido a cuatro paredes. No pudo ser. El gran rebelde no nos dejó una obra maestra en su testamento.
A pesar de ello, casi tenemos una narración en primera persona que habla sobre la paranoia urbana y las abusivas intromisiones del gobierno en las vidas privadas. La pesadilla increíble que se origina proporciona la densidad propia de glorias en la derrota y la venganza asoma la cabeza en un interminable intercambio de tiras y aflojas. Y tal vez todo sea un medio para un fin, algo que no deja de ser irónico cuando los espías saltan entre trampas y dobles sentidos. Rutger Hauer, John Hurt, Burt Lancaster y Craig T. Nelson esconden sus intenciones bajo sus rostros cegados por la luz y, al final, es posible que los últimos lleguen a ser los primeros. Siempre echaremos de menos a un cineasta de la fuerza visual y sugerida de la categoría de Sam Peckinpah.

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