Convencer a otros para
que deserten no es tarea fácil. Y más aún cuando se trata de individuos que
están comprometidos con una conspiración que amenaza a la seguridad nacional.
Todos dicen quiénes son y ninguno es quien dice ser. Y la recompensa para el
trabajo no es más que una simple entrevista con un alto dignatario de los
servicios secretos. El fin de semana se adivina muy largo y además va a correr
sangre. Tanta que la piscina cambiara el agua transparente por el denso color
rojo.
Estar equivocado no es
tan importante como no admitirlo. Un buen puñado de peligros parece flotar en
la brisa de la noche. El misterio es parte de la fiesta y nadie sabe muy bien
qué juego elige cada uno. Sólo el pobre presentador de televisión, con su
imagen pública y su prestigio profesional en la picota, tiene suficiente
honestidad como para vislumbrar claramente su opción. Entre otras cosas porque
se convencerá de que no es cierta la aseveración de que cualquier cosa que
salga en televisión se convierte automáticamente en verdad. Sólo posee su
disfraz, pero sigue siendo una mentira. Las balas surcarán el aire y la
confusión reinará en el ambiente. La oscuridad y sus intenciones se cernirán
sobre esa casa de ensueño y la clave saldrá a la luz.
Ésta es la última película
de Sam Peckinpah, rodada ya con un precario estado de salud por parte del
director. Quizá, entre sus fotogramas, se puede apreciar al gran cineasta que
hay detrás, pero está lejos de sus mejores obras. Hay momentos de altura y
otros irremediablemente confusos. Cuando terminó el rodaje, los productores
arrebataron el montaje a Peckinpah y editaron a su gusto el principio y el
final, lo cual no contribuyó en nada a la historia que el director tenía en
mente. Aún así, hay tiempos y sufrimientos, engaños y heroísmos muy propios de
su cine. El retorcimiento en la trama resulta bastante irritante y los actores
parecen estar incómodos en ese mundo de espías reducido a cuatro paredes. No
pudo ser. El gran rebelde no nos dejó una obra maestra en su testamento.
A pesar de ello, casi
tenemos una narración en primera persona que habla sobre la paranoia urbana y
las abusivas intromisiones del gobierno en las vidas privadas. La pesadilla
increíble que se origina proporciona la densidad propia de glorias en la derrota
y la venganza asoma la cabeza en un interminable intercambio de tiras y
aflojas. Y tal vez todo sea un medio para un fin, algo que no deja de ser
irónico cuando los espías saltan entre trampas y dobles sentidos. Rutger Hauer,
John Hurt, Burt Lancaster y Craig T. Nelson esconden sus intenciones bajo sus
rostros cegados por la luz y, al final, es posible que los últimos lleguen a
ser los primeros. Siempre echaremos de menos a un cineasta de la fuerza visual
y sugerida de la categoría de Sam Peckinpah.
No hay comentarios:
Publicar un comentario