La amargura preside los
días del Teniente Phil Gaines. Quizá hayan sido demasiados crímenes, demasiadas
decepciones y, tal vez, demasiadas horas de trabajo. Ahora una chica ha
aparecido muerta en una playa y él debe resolver el crimen. Si fuera cualquier
otro, realizaría un trabajo de rutina y pasaría al siguiente cadáver. Gaines no
es así. La víctima era una actriz porno. Y también era una persona. Merece
tanta atención como el que más. Y eso, por si fuera poco, es muy difícil de
demostrar. Por eso, el padre inicia una investigación por su cuenta e
interfiere bastante en el trabajo del policía. El entorno es algo gris. Ya no
hay esa especie de atención preferente sobre un caso cualquiera en una ciudad
violenta. Hay demasiado cinismo en Gaines, pero hacia dentro él sabe que tiene
que cumplir con una obligación. Con lo que no contaba Gaines es con esa
prostituta francesa. Una de esas mujeres capaces de poner la vida de cualquiera
patas arriba. Y más aún si, de alguna manera, representa la mujer de sus
sueños. Gaines está atrapado. No sabe cómo salir del embrollo. Él es sólo un
policía con la mirada triste. La muerte anda merodeando aunque en ningún
momento se la ve.
Todas las personas
implicadas en el caso son poco recomendables. Se esconden tras cortinas de humo
que son difíciles de traspasar. Sobre todo en el caso de un magnate que tiene
la coartada perfecta porque va seguida de muchos ceros. El tipo es un dechado
de virtudes cara al público, pero su interior está tan corrupto que al propio
Gaines le da reparo echar un vistazo. Quizá la vida y la maldad estén
indisolublemente unidas y no haya muchos más sitios a los que ir salvo, tal
vez, acabar en el rincón de los brazos de una mujer. El suicidio está
descartado y las trampas se suceden con tanta rutina que Gaines ya ni se da
cuenta de que está muerto. Y ninguno de los que pasan por delante de los ojos
del teniente, está diciendo la verdad. La conclusión será cruelmente irónica. Y
Gaines tendrá que aceptar lo que le tiene preparado el destino. La oscuridad se
cierne y el día pasa sin pena ni gloria. Lo sórdido y lo vulgar se convierten
en compañeros inseparables de la investigación y ese policía con billete de
vuelta va a dar las claves incluso cuando sea demasiado tarde.
Burt Reynolds brilla en
la piel del policía amargado y violento, alejado de su registro habitual. Y lo
hace con especial intensidad en sus escenas con Catherine Deneuve que encandila
y embruja a partes iguales. Tras las cámaras, un veterano como Robert Aldrich
que imprime un tono sombrío a toda la historia, jugando con un espectador que,
quizá, no esté demasiado preparado para aceptar un final como el que se pone
encima del revólver.
En esta ocasión, hay
muy poco movimiento, y acción y sí mucha lógica, calma y paciencia. La policía
trabaja con cuidado. Agárrense y no vayan a caer en su ritmo letal.
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